Una mirada a la pequeña producción agrícola del Perú en tiempos de cuarentena

 Una mirada a la pequeña producción agrícola del Perú en tiempos de cuarentena

Jazmín Goicochea Medina[1]

En estos días en los que la salud y la vida están en juego a causa de un nuevo coronavirus, denominado COVID-19, se hacen evidentes varias de las falencias del modelo económico donde nos situamos. Sabemos que la expansión del capital está sostenida en lógicas especulativas que convierten en mercancía todo aquello que toca a fin de continuar acumulando. Esta dinámica, según Harvey (2005), privatiza bienes comunes a partir de prácticas canibalísticas, depredadores y fraudulentas[2]. Es evidente que estos asuntos están en tensión con el sostenimiento de la vida. Considero que la actividad que está evidenciando de forma clara este asunto es la pequeña producción agrícola porque, a pesar de la situación precaria en la que se desarrolla, día a día viene proveyendo nuestros mercados y nuestros hogares durante esta cuarentena. Por eso es pertinente profundizar sobre su contexto y su importancia en nuestra vida cotidiana, a fin de posicionar este trabajo en la discusión.

La producción agrícola es la segunda actividad que genera más empleo en el Perú. De una población de más de 32 millones que se dedica a diversas actividades laborales, 2.458.503 peruanos y peruanas, de 14 años a más, se dedican a la agricultura y trabajo agropecuario, forestal y pesquero[3]. Esta actividad se viene desenvolviendo por todo el territorio peruano y el grueso de la gente que trabaja en ella lo hace de forma independiente o por cuenta propia[4], con ingresos económicos insuficientes para cubrir sus necesidades básicas. Sin embargo, cabe precisar que es la agricultura familiar la que representa un 97% de un total de 2.2 millones de unidades agropecuarias en el país.

Antes todo era chacra, ha disminuido porque la gran mayoría de las personas venden sus terrenos, porque no resulta (la producción agrícola). Prefieren dejarlo a seguir perdiendo. Yo sigo porque es una costumbre que tengo o de repente soy conformista o de repente como soy hija de agricultor ya me acostumbré a la agricultura, es parte de mi vida, me emociono, me alegro, pero no tenemos ayuda” (Yola[5], 53 años).

Son las palabras de una mujer asalariada dedicada a la producción agrícola[6]. Ella trabaja 2 hectáreas de un total de 9 que administra en Lurín, un territorio periurbano ubicado al sur de la ciudad de Lima. Hace no más de 6 meses se presentó la interrogante en relación con su permanencia en la pequeña producción agrícola en un contexto de depredación del valle del río Lurín y su respuesta evidenciaba su vínculo con esta actividad laboral en términos tanto materiales como subjetivos, pero también señalaba la precariedad que atraviesa su trabajo. Bien sabemos que la especulación del suelo y su privatización no apuntan a mejorar las condiciones de la pequeña producción agrícola, sino más bien a producir la expansión del capital a costa de la vida de las y los más desposeídos. Este asunto se expresa en el territorio de esta mujer en un proceso de urbanización que expropia los medios de vida de la gente, como sus terrenos de producción.

Reflexionar sobre sus palabras es pertinente porque pone en evidencia la precariedad de la pequeña producción agrícola en un país en el que se priorizan actividades como la extracción de mineras, mientras se abandona la agricultura a pequeña escala. Recordando a Quijano (2007), consideramos que esto se expresa en un proceso de precarización y flexibilización del trabajo en todos sus niveles, incluso en aquellos sectores económicos que antes eran considerados excluidos o marginados porque no eran parte del trabajo formal y asalariado. Esta dinámica se desarrolla en el marco del capitalismo de la globalización que instala nuevamente formas pre-salariales de explotación, expresadas como esclavitud y servidumbre[7].

La pequeña producción agrícola se ha visto impactada por estos procesos de la siguiente forma. En primer lugar, si bien el grueso de la población trabaja de forma independiente en la pequeña producción agrícola, esto no exime el proceso proletarización de esta actividad que se acompaña de las jornadas laborales que son extenuantes e incluso exceden las 8 horas diarias de trabajo y salarios reducidos. En segundo lugar, los altos costos de producción se deben a la especulación del suelo que se traduce en costos de alquiler, la escasez del agua que produce gastos extras, y las remuneraciones a trabajadores y trabajadoras. Por último, los ingresos económicos que arroja esta actividad son insuficientes para cubrir las necesidades básicas.

Por años, esta actividad ha sido olvidada porque la atención se concentra en la agricultura de exportación, a pesar de la importancia que tiene la pequeña producción agrícola en la soberanía y seguridad alimentaria de la gente. Hoy, en un contexto de emergencia sanitaria tan difícil como la que estamos viviendo a causa del COVID-19, es cuando debemos llamar la atención sobre la necesidad de volver los ojos a actividades tan importantes como la pequeña producción agrícola que durante los días de cuarentena nos permite vivir, pero que se encuentran en una situación tan precaria.

En síntesis, creemos que es pertinente apuntar a que esta situación ponga en agenda una reestructuración profunda de nuestro país y seguramente de América Latina, haciéndole frente a las lógicas del desarrollo que no solo excluyen, sino que además destruyen los medios y formas de vida sanas y sostenibles. Desde nuestro análisis, esto es posible recuperando las economías locales, humanizando el trabajo, usando de forma responsable nuestros territorios y sus recursos, es decir, haciendo sostenible la vida.


[1] Coautora con Alejandra Rivera del ensayo “La resistencia sindical tiene rostro de mujer”, ganador del concurso de ensayos “Feminismos y Sindicatos en Iberoamérica”, organizado por CLACSO. Socióloga de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, activista feminista e investigadora en temas de género y territorio.
[2]Recuperado de: Harvey, D. (2005). El “nuevo” imperialismo: acumulación por desposesión. Buenos Aires: CLACSO.
[3] La información ha sido recuperada de los Resultados definitivos de la población económicamente activa en el Perú – Tomo I, publicado por INEI. Esta publicación ha sido producto del Censo Nacional 2017: XII de Población, VII de Vivienda y III de Comunidades Indígenas.
[4] Según INEI, la categoría de “trabajador independiente o por cuenta propia” implica a “la persona que trabaja sola o asociada, bien sea explotando una empresa económica o negocio, o que ejerce por su propia cuenta una profesión u oficio, pero sin tener trabajadores remunerados a su cargo”.
[5] Se ha colocado un nombre ficticio respetando el deseo de anonimato de la mujer pequeño productora agrícola.
[6] Entrevista desarrollada en el marco de la elaboración de la tesis de licenciatura: Goicochea, J. (no publicado). Mujeres agroecológicas, estrategias económico alternativas y expropiación eco territorial del valle de Lurín. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
[7]Recuperado de: Quijano, A. (2007). ¿Sistemas alternativos de producción? En: Coraggio, J. La economía social desde la periferia. Contribuciones latinoamericanas. Buenos Aires: Editorial Altamira.


Jazmin-Goicochea-Medina

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