Por una nueva normalidad feminista

 Por una nueva normalidad feminista

Isabel Serra1

En España, la derecha, al son de la extrema derecha, no ha perdido la ocasión de utilizar el temor que ha generado la crisis del coronavirus para tratar de convertirlo en odio hacia el feminismo, hasta el punto de que trataron de convencer a todo el país de que el origen de la expansión del virus estaba en la manifestación del 8M. No importaba que este virus no entienda de territorios y esté en todo el mundo, que ese mismo día hubiese cientos de grandes actos y eventos, ni la habitual saturación del transporte público. No importaba lo ilógico del asunto, porque precisamente en este clima de crispación que tratan de instalar las derechas, pesan más las vísceras que la razón. No importan las razones porque de lo que se trata es de atacar al feminismo.

Sin embargo, el riesgo para las mujeres y para el feminismo no está en el enésimo ataque de una extrema derecha que se ha construido en todo el mundo desde hace años, precisamente en oposición a este potente movimiento social. Llevamos toda la vida avanzando en la conquista de nuestros derechos a pesar de la reacción conservadora -y neoliberal- de la derecha.

El problema que hay que atender es que todas las crisis son un golpe duro para las mujeres a través del cual se erosionan especialmente nuestros derechos, y ésta no es la excepción. No sólo por los efectos devastadores sobre nuestras condiciones materiales de vida, un perjuicio que rara vez es una prioridad combatir, como no lo fue en la gestión de la crisis del año 2008. Cuántas veces hemos oído estos días eso de “¡con la que está cayendo y tú hablando de feminismo!”, con la intención, consciente –o no– de desplazar la agenda del feminismo. También se perjudican los derechos de las mujeres cuando se magnifican las diferencias entre las posiciones que ocupamos en la vida social y con ello las desigualdades. El rol en la sociedad de los hombres y de las mujeres, la división sexual del trabajo, la separación entre quienes deben estar en el espacio privado y los que tienen derecho a estar en el público se hacen más profundas en estos momentos. Suele ocurrir también que las mujeres somos desplazadas como agentes capaces de gestionar las crisis y decidir cómo atajarlas. Sobre todo, en momentos de incertidumbre y excepcionalidad democrática en los que reaparecen los “hombres fuertes” a ofrecer seguridad y protección. No digamos cuando se recurre a relatos belicistas que tratan la lucha contra el virus como una guerra. La guerra siempre la han hecho los hombres y en el contexto actual globalizado la guerra es siempre una guerra contra las mujeres, como explica muy bien Rita Segato.

Por supuesto que mientras las mujeres -y sobre todo las feministas- siempre estemos en minoría entre quienes deciden cómo responder a la crisis, la respuesta será siempre insuficiente para nosotras. Y los efectos sobre nuestras condiciones materiales de vida en esta crisis no son menores que en las anteriores; así lo han alertado los organismos internacionales como la ONU que han pedido a los gobiernos políticas de género para enfrentar la crisis del Covid-19. También han felicitado al gobierno de España reconociéndole como el país que está teniendo más presentes las políticas de protección de los derechos de las mujeres.

A pesar de ser una crisis diferente, fundamentalmente sanitaria antes que económica, también en esta ocasión las mujeres y su salud están más expuestas. Los servicios o los trabajos que están siendo la barrera frente al virus para cuidar y proteger a la población son mayoritariamente realizados por mujeres. Sólo hay que ver el porcentaje de mujeres en el ámbito sanitario (un informe del Instituto de Salud Carlos III concluye que el 76% de los profesionales sanitarios contagiados son mujeres), entre las dependientas en las farmacias, en limpieza, en dependientas de supermercados y tiendas de alimentación, en cuidados a personas mayores tanto en servicios del sistema de dependencia como en las residencias. Las mujeres somos mayoría en las actividades esenciales. Somos las que cuidamos, siempre.

En la vertiente económica y social otra vez más somos las peor paradas. Tenemos los empleos más precarios, con mayor tasa de temporalidad y de contratos a tiempo parcial involuntarios. Cobramos peores salarios, percibimos menores ingresos, sean del tipo que sean, accedemos más fácilmente a empleos informales. Y como siempre, somos las mujeres las que cargamos con los cuidados o trabajos de reproducción social. La crisis de cuidados lleva décadas latente y en las crisis, como la actual, reaparece con más fuerza. Es una crisis que se genera a partir de la insuficiencia del Estado como garante de servicios públicos de cuidados (fundamentalmente crianza y dependencia, pero no sólo eso) y las transformaciones de la familia en las últimas décadas ligado a la incorporación masiva de las mujeres en el mercado laboral desde los años 70. Transformaciones que se han dado a la par de los avances neoliberales que han recortado y privatizado lo público y que han creado una crisis latente que se evidencia en estos momentos.

El confinamiento no ha sido tampoco una solución para estas desigualdades, sino que, muy por el contrario, ha tensionado las desigualdades existentes. El cierre de escuelas infantiles (en la Comunidad de Madrid incluso el gobierno de Ayuso ha recortado los servicios para los próximos meses negando el presupuesto acordado con los municipios), la suspensión del curso escolar, el teletrabajo (que por fin hemos aprendido como sociedad que no supone beneficio ni para los trabajadores ni para las empresas), son circunstancias que suponen una vuelta de tuerca en las desigualdades de género. Ni hablar de las familias monoparentales que tienen que ir a trabajar y no tienen con quién dejar a los hijos, y que en su gran mayoría están encabezadas por mujeres. Y, por supuesto, la cuarentena ha hecho que los niveles de violencia machista hayan crecido enormemente (hasta un 47% de aumento en llamadas al teléfono de atención a víctimas en España), generando una inseguridad para muchas mujeres que no pueden recurrir de la misma forma a apoyos externos, ya sea de personas o de instituciones.

De esta crisis surgen sin embargo oportunidades conectadas con la crítica planteada por parte del feminismo durante décadas hacia nuestro modelo social, político y económico y que es responsabilidad de todos aprovechar. El parón nos arroja un destello de luz para ver lo que estaba invisibilizado o voluntariamente invisibilizado por los poderes que mantenían -y harán lo posible por mantener- la vieja normalidad. Mientras todas estamos confinadas en casa, hay quienes han estado sosteniendo la vida también fuera de los hogares. Se puede decir que aparece el “qué” actividad es fundamental para ese sostenimiento y el “quiénes”, y con ello la estructura social como si se tratase de una radiografía que muestra el esqueleto de nuestra sociedad.  Este frenazo en seco nos ha hecho cuestionarnos qué actividades son esenciales y cuáles no, cómo debe funcionar una economía y una sociedad que ponen en el centro el cuidado de la vida y el bienestar de las personas, o palpar y pensar en qué consiste la contradicción capital-vida cuando hemos tomado decisiones sobre la vuelta a los empleos y la apertura de las empresas. También nos ha permitido experimentar que es posible reducir enormemente el consumo o que el cambio climático depende absolutamente de nuestro modo de estar en el mundo. Aunque, como decía Daniel Innerarity en una charla estos días, “la naturaleza no va a hacer nuestro trabajo”. Es decir que hayamos reducido drásticamente las emisiones contaminantes de por sí no es ni será positivo desde un punto de vista de la justicia social, ni por tanto de la ecología social.

Hemos sentido con mayor fuerza una “interdependencia” que es condición de posibilidad de nuestras vidas, como lleva mucho tiempo señalando el feminismo. Hemos visto redes de apoyo mutuo que han surgido en los barrios o entre comunidades de vecinos como sostén psicológico, emocional, material y físico. Hoy la población y la sociedad en su conjunto es más consciente de la importancia de los servicios públicos para hacer frente a los riesgos que vendrán en el futuro y para que podamos vivir en una sociedad democrática, donde el concepto de “libertad” es inseparable del de “igualdad”. Depende especialmente de las fuerzas políticas y de los movimientos sociales que tienen como objetivo avanzar hacia la justicia social conseguir situar estas lecciones que extraemos de la crisis del Covid-19 en el centro del debate político, decidiendo desde una mirada feminista qué salida tomamos a esta nueva crisis social.


1- Portavoz del Grupo Parlamentario “Unidas Podemos” en la Comunidad de Madrid, España.


Isabel-Serra

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