¿Por qué pensar la educación a distancia?
Asian woman student video conference e-learning with teacher on computer in IT room at university. E-learning ,online ,education concept.
Freddy Javier Álvarez González[1]
- ¿Cuáles son las preguntas fundamentales?
¿Qué significa educar hoy, en tiempos de Pandemia, en nuestro planeta? ¿Cómo podemos educar a distancia? Estas dos preguntas proponen un estado del arte, impensable para los gobiernos actuales, perdidos en su ineptitud neoliberal que con su pragmatismo disolvió a la política en la economía, con la correspondiente manipulación y violencia para su implantación. De ahí que se convirtieron en eficaces con la mentira y la propaganda, e ineficaces con la vida, la muerte y su duelo; no fue extraño para ellos dejar pasar la advertencia de los científicos sobre las pandemias; por el contrario, debilitaron los sistemas internacionales de acción conjunta, los sistemas públicos de salud, los sistemas de educación, por eso ahora hablan de lo impredecible, para evitar cualquier responsabilidad, como lo será también seguramente con el fenómeno ya presente del Cambio Climático y sus catastróficas consecuencias; sus rasgos fascistas les aleja de la ciencia y creen que la investigación es un privilegio sin sentido y una pérdida de recursos y de tiempo; se protegen en el conservadurismo de la moral y las iglesias; sus seguidores son los oportunistas, la clase media y arribista que no quiere perder sus privilegios, los racistas, xenófobos y nacionalistas; se hacen elegir por la política del miedo, antes contra el comunismo, ahora contra los migrantes, siempre contra los que critican el Neoliberalismo y sus profundas desigualdades, sin darse cuenta, como lo señala David Harvey que El Capitalismo es un crucero a la deriva, donde los pocos invitados de la primera clase siguen en sus fiestas burguesas mientras que los que están más abajo y trabajan en el cuarto de máquinas saben que los motores han colapsado; ahora, ellos mismos quieren que continuemos con la educación a distancia, que la economía se reactive cuanto antes, que volvamos a la normalidad, no importa a qué precio.
Las dos preguntas iniciales se cuelan por la ventana del pensamiento y las prácticas educativas e ingresan en la vida de las maestras y maestros. La escuela globalizada que venía siendo disciplinada por las evaluaciones, es ahora obligada a cancelarse. Indudablemente, la educción digital será una buena noticia para los Neoliberales. Su deseo se hará realidad. La computadora eliminará las futuras inversiones en la infraestructura educativa. El profesor no será más que un tutor, un coach que prepara videos, pdfs, organiza los contenidos con algunos objetivos de aprendizaje; las plataformas virtuales harán lo demás, y mientras estas mejoran, el profesor, tal como hasta ahora lo conocemos, irá desapareciendo. Aprender a aprender tendrá su cara más siniestra: si no aprendes es porque no quieres. Las desigualdades no tendrán su causa en el Mercado, porque no faltará la tecnología y el internet como factor fundamental para la posible salida de la crisis: el capitalismo digital. La escuela de los mejores no tendrá más opositores, pues el acto educativo y pedagógico se reducirá a una acción individualista que enfatiza en las oportunidades dejando intactas las desigualdades. El más fuerte sobrevivirá, la excluidos, migrantes, pobres, afrodescendientes, mujeres, caerán más abajo, mediante la continuación de la misma fórmula de la crisis del 2008: más austeridad, dejando intactas dos preguntas: ¿qué nos enseña la Pandemia?, y ¿cómo educar para garantizar la vida de todos, todas y todes ahora y en el futuro?
La pregunta sobre qué o por qué de lo inevitable, ha sido aplazada desde que el capitalismo se convirtiera en el único y posible modelo económico a partir de 1991 con la caída del muro de Berlín. De una parte, los estados y gobiernos de derechas o progresistas, o aceptaban las reglas o estaban condenados a quedar fuera; de hecho, no había que entrar al sistema, siempre habíamos estado dentro, por eso teníamos tanta dificultad en criticarlo, estábamos en el fatalismo de Layo, provocado por el Oráculo de Delfos, con respecto a su hijo Edipo.
En el siglo XX, lo más real fue la economía; la utopía del siglo XIX fue archivada, no había salida, cada uno debería intentar, progresar, con la misma fórmula, como si lo único nos llevara dialécticamente a lo otro, y no a la implosión del sí mismo. Ante los múltiples fracasos, en el siglo XXI nos encontramos con la desaparición de la política, la profunda crisis de la economía y la consiguiente emergencia de la decadencia populista y fascista de Trump, Bolsonaro, Vox, Marine Le Pen, Salvini, Orbán y otros. Por otra parte, hombres y mujeres libres y visionarios, fueron perseguidos con la falsa narrativa de la corrupción, porque se estigmatizaron las experiencias socialistas, de ahí el miedo a ser “Venezuela”, “Nicaragua” o “Cuba” promocionado por la derecha internacional; al mismo tiempo, líderes de movimientos sociales comprometidos con las diversas emancipaciones vienen siendo asesinados, como es el caso de Colombia, o caen en el pesimismo que los coloca en la inactividad.
La crisis mundial ha colocado al capitalismo en la obligación de divorciarse cada vez más de la democracia, aún representativa; luego, solo ganará las elecciones mediante la manipulación virtual, la compra de votos, y el uso del fraude. La democracia ya no será solo un asunto fallido de los gobiernos progresistas, como lo señalan los Medios que sirven al capital. Con el capitalismo rompiéndose, la hegemonía Norte-americana se va disolviendo y ahora más porque el humanismo que demostraron en la Segunda Guerra Mundial ha sido reemplazado por la cara de solo pienso en salvarme yo, América First. Ahora son tres los sistemas mundiales que se disputan la hegemonía mundial: así, tenemos el cierre nacionalista de Boris Johnson y Donald Trump (que seguro va a tener algunos adeptos después de la Pandemia); el estado de bienestar social casi extinguido de la Unión Europea, que es probable ingrese en cuidados intensivos; y el emergente autoritarismo asiático, con un capitalismo de Estado y sistemas de control efectivos para una nueva fase de la bio-política y el bio-poder al estilo de Michel Foucault.
No podemos olvidar que en el imaginario de la educación contemporánea se encuentran los modelos de Finlandia, Shanghái y Singapur. Norteamérica no tiene un modelo de educación para exportar o imponer, pues el camino de la privatización no es viable para América Latina y el Caribe y la innovación educativa ya tiene otros competidores más fuertes. No obstante, sus universidades siguen siendo atractivas para la formación en posgrados. ¿Hasta cuándo? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que China supera las patentes a nivel mundial, por consiguiente, las publicaciones científicas. Luego, ¿quién venderá los dispositivos electrónicos para una educación a distancia que se coloca como la única salida, antes por la narrativa democratizadora, y ahora necesaria para evitar el posible contagio? Sin lugar a dudas, ya hay una respuesta asiática tecnológica, tecno-científica y bio-tecnológica amplia en los ámbitos de la nanotecnología, la inteligencia artificial, la robótica y los Big Data, disciplinas que hacen parte de la gobernanza del siglo XXI. Luego, algunas cosas ni siquiera entrarán en disputa. La decadencia de Norteamérica y el fracaso europeo es incontestable.
¿Qué podemos hacer los educadores? Un desafío clave es educar para que la educación no nos haga depender de un gran Otro. La educación forma para la autonomía y tal objetivo no se contradice con la construcción de lo común. Nos educamos con otros y por medio de otros, la educación no es un acto aislado como pretende hacernos creer el totalitarismo digital. La educación es un acto político en la medida que combate la política del Gran Otro que nos hace creer que es indispensable para que nosotros vivamos. La emancipación no está en pasar del dominio occidental al dominio asiático. Walter Benjamin siempre pensó que la política era profundamente un asunto teológico, porque nos desprendemos de Dios para pasar al culto de líderes carismáticos. Zizek dice con acierto que el proyecto filosófico y político emancipador es lograr la destitución del Gran Otro. Tener buenos maestros es aprender a vivir sin su dependencia, porque nos ayudan a ser nosotros mismos. Solo aprendemos cuando nos separamos de quien nos enseñó. No obstante, el acto educativo cae en la tentación de la omnipotencia lo mismo que la política. El Gran Otro cree que el estudiante llega a ser alguien por él, lo cual justifica algo que es central en el acto educativo y es que la educación debe permitir la resistencia a educarse como parte de la misma educación, sin jamás abandonar el deber de educar.
La tarea de enseñar y aprender a pensar cada vez cobra más importancia en nuestra sociedad y se convierte en un objetivo central en nuestras escuelas. El pensar intenta llenar el vacío del ser, en Descartes, cogito ergo sum. Ese vacío nunca será llenado, y quizás la proliferación de las matemáticas pretende hacernos creer que ya está lleno, cuando en realidad lo que existe es un enorme agujero. Matematizamos lo que no podemos comprender, al igual que en la Pandemia, pretendiendo tener un control que no tenemos.
El pensar no es un asunto de hilo democrático. Por el contrario, tenemos que desconfiar de las mayorías sin por ello abandonar el gesto democrático pues aprender es aprender con otros y partir de otros. Sin embargo, no podemos caer en la democracia como autosuficiencia que nos tumba en el comportamiento de masas. Un auténtico demócrata experimenta constantemente la carencia del Gran Otro, por eso sabe que la revolución se justifica por sí misma y no en las mayorías. Aunque Claude Lefort coloca el vacío en la democracia y no en el ser, tenía razón al decir que la democracia es necesaria porque no existe una certeza, y al mismo tiempo el poder, el saber y la ley no se encuentran coagulados. La democracia es aprender a vivir en la incertidumbre porque el rey murió, y lo que queda es el lugar vacío que no puede ser llenado por nadie. Pero, uno de sus grandes peligros es que en las catástrofes y los momentos de violencias transgresoras busca un chivo expiatorio a fin de hacer catarsis, pretendiendo, con ello, un regreso a la normalidad.
Los maestros están para enseñarnos a emanciparnos del Gran Otro, de la familia, la religión, la economía, la política y la cultura. Por lo tanto, la pluralidad debe ser reducida al antagonismo, de lo contrario caemos en una tolerancia equivalente a la hipocresía. La substracción y no la saturación por exceso es la que nos pone en la tensión subyacente a todo acto de emancipación pues nos permite tomar parte, por los que no tiene parte, como diría Rancière; por las mujeres que luchan para no ser violadas o asesinadas dentro de todavía sociedades patriarcales; por los migrantes que viven muriendo en el mar o en las fronteras; por los afrodescendientes que mueren en las periferias junto a las fabricas contaminantes o en las cárceles construidas para que los blancos vivan tranquilamente explotando a los negros; por los niños, las niñas y adolescentes que no tienen internet, pero antes por los que no tienen las condiciones para educarse; por los viejos que mueren en soledad del abandono dentro de una sociedad infantilizada y que busca eternizar la juventud mediante la adoración de la buena vida; por los miles de millones de personas que viven en las villas, los tugurios, las favelas, las colonias, fuera del capitalismo y en las manos de las mafias y las iglesias evangélicas; y por los pueblos y nacionalidades indígenas condenadas a la eliminación desde la conquista y ahora por el capitalismo extractivista que los desplaza y mata. Ellos son, como dice Badiou, los muertos vivientes generados por el capitalismo global, antes de que llegara la pandemia.
La pregunta, ¿qué educación queremos?, la hacemos desde la pura impotencia. Una máquina delirante, sin control ni regulación, creada por las grandes corporaciones que dieron origen a la globalización, se impuso en casi la totalidad del planeta, y nos arrebató lo infinito, con su lógica de monopolio, expansión sin límites y su modelo de financiación usurera, como el peor de los delitos, por medio de la fascinación de los mismos letreros de neón, música, personajes famosos, en Times Square, Tokio, Moscú, Beijing, Hong Kong, Londres, Paris, Buenos Aires, México, Bogotá, São Pablo. Tal fantasía no estaba afuera, pertenecía a los imaginarios que nos habitan, pretendidos ciudadanos del norte y del sur, urbanos y rurales, ricos y pobres. Luego, no olvidamos la pregunta por el ser, como lo pretendió Heidegger, caímos en el olvido de la pregunta ¿qué es vivir?, al mismo tiempo que la naturaleza se convirtió en un objeto que lo experimentamos por el turismo, o lo necesitamos solo para hacer deporte, salir con nuestros hijos y mascotas de la cárcel moderna que construye el urbanismo, para desestresarnos gracias a uno de los últimos gestos de caridad de la modernidad capitalista.
En tal condición de ciudadanos sonámbulos, consumidores frenéticos e individuos aburridos y culpabilizados en la inmediatez del acto y la pulsión, dentro del capitalismo tardío como único e insuperable modelo de vida, a pesar de su eterna crisis y anulación del futuro, y con el aspecto seductor de un capitalismo pulsional, como lo señala Bernard Stiegler. Los derechos humanos están encadenados a no sacar su rostro fuera del sistema, por tal motivo, el derecho humano a la educación no se pregunta sobre qué educación, gesto que se repite en el obligatorio mandato de una educación a distancia, del mismo modo que los derechos de las minorías se reducen a la inclusión dentro de un sistema que los expulsa por inercia, como sucede igualmente con el añadido respeto a la naturaleza, sin perder de frente la brutalidad en la que el capitalismo se expande, destruyéndola, y los estados débiles y cómplices lo experimentan como inevitable aunque guarden en su constitución o enuncien en sus políticas los derechos de la naturaleza. Algo totalmente distinto se encuentra en la pretensión del encariñamiento con la naturaleza, de los pueblos indígenas del mundo.
El derecho a vivir debe ir acompañado con respuestas simples, posibles y comunitarias, a partir de qué entendemos por vida; sin ello, seguiremos educando para la selección y la competencia en un mundo que no solo mata a otros, ahora sabemos que también nos mata, porque desde antes ha reducido la vida a la transacción entre el valor de uso y el valor de cambio. La necesidad vital se transa, con ella se especula. Las vidas no son iguales, ella, la vida, está sometida al valor que le da el capital y que corresponde con las Bolsas de New York, Londres, Paris, las cuales operan dentro de la aceleración matemática y el cálculo, que nos gobiernan pero que son ingobernables.
Proponer como solución inmediata la educación a distancia, son dos preguntas de fondo: ¿qué significa lo que estamos viviendo?, ¿qué es educar a distancia?, es igual a mantener el auto a alta velocidad, y en la misma dirección del abismo que está al frente de nuestra mirada, o ahogarnos en las aguas gélidas del cálculo, como decía Marx. Echar mano de las soluciones anteriores es lo único que tenemos cuando la ciencia está tan perpleja y angustiada como nosotros, así el agua y el jabón y la distancia responsable y obligatoria son soluciones sensatas; pero querer hacer de magos, sacando del sombrero un conejo que ya estaba allí, ante el frenazo –expresión usada por Walter Benjamin–, es creer que, en la catástrofe, hasta el derecho a pensar ha sido clausurado.
La educación a distancia profundizará las brechas, porque ellas existen desde antes de la Pandemia, y porque la educación cada vez hace más diseños para los mejores, es disciplinada por las evaluaciones, asediada por la pérdida de la gratuidad y la privatización y mercantilizada implacablemente por el capitalismo y sus tecnologías, por consiguiente convertida en destino, incluso por el relato antipedagógico de las neurociencias y de la inteligencia artificial que pretende hacernos creer que ya no necesitamos pensar, cuando olvida de forma fundamental que la inteligencia es un asunto biológico tal como lo señala Markus Gabriel.
- ¿Qué queremos decir cuando pasamos a la educación a distancia?
La “cancelación” de la Escuela y la educación formal en general por el confinamiento y el distanciamiento social, responsable y obligatorio, nos ha colocado en la práctica digital que se convierte en única y necesaria; virtualidad no extraña para nosotros porque su presencia ya lleva décadas, no tanto como el Estado de Excepción. Hasta ahora, somos testigos de sistemas educativos virtuales que hacen costumbre con el mercado y, por consiguiente, con la casi nula democracia, profundizan la individualización, aunque se amparen en el acceso mayoritario. La ecuación, acceso-democracia, no es real, pero de lo que no hay duda es que sea una buena noticia para el mercado y para la democracia del número. En cualquier caso, pareciera que no tenemos opción, la llamada “presencialidad” debe ser suspendida, probablemente se extienda; antes el afuera ya era inseguro, ahora es amenazante, terrorífico; incluso tenemos que impedir que otros vengan a contagiarnos, parece decir el Estado de Excepción, por fin, hay una “buena razón” para matar a los migrantes, el sueño fascista se está cumpliendo amparados en que la distancia es cuestión de “sanidad”, “prudencia”, y mejor, de “supervivencia”; así, “bendita sea” la virtualidad.
El mundo virtual ha sido diseñado por el paso de lo analógico a lo digital. La famosa y repetida pregunta de todo coloquio y seminario sobre educación: ¿hacemos apagar los celulares en el aula o no?, ya nos indicaba que en el aula no estábamos solos, que había entrado alguien al aula, sin invitación, y comenzamos a cuestionarnos: sí la comunicación no era tan amable con la educación, ¿acaso el aferrarse a la presencialidad va acompañada de nuestra ignorancia digital?, o, ¿qué hay en la educación que no puede ser virtualizado?
La existencia es real, comemos, trabajamos, dormimos, amamos, tenemos sexo, todos estos aspectos conforman un espectro que podemos llamarlo real; sin embargo, cada uno de ellos está atravesado por la fantasía en la que se inscribe la virtualidad. En otras palabras, nuestro aparato psíquico, -real/simbólico/imaginario-, siguiendo a Lacan, es revestido por la experiencia de lo virtual. Poner distancia entre el maestro y el estudiante, entre el jefe y el empleado, tiene una carga ambivalente. La distancia virtual es positiva porque evita el contacto, garantiza la continuidad. La distancia virtual es negativa porque no es real. Sin embargo, las respuestas anteriores son simples. No tenemos duda que evita el contacto, pero, ¿cuál es la continuidad que prolonga? En clave educativa y pedagógica, ¿qué nos permite? y ¿qué no nos permite la virtualidad? ¿Cómo hacer del vínculo de la virtualidad algo educativo? Por último, ¿hay educación en la exclusividad de la virtualidad?
Hay un consenso entre los educadores y pedagogos en admitir que la educación es una relación. En consecuencia, el cuestionamiento es saber sí la educación a distancia puede ser considerada una relación. Indudablemente que sí. Entonces, ¿qué tipo de relación garantiza la educación a distancia? Aquí, se abre una discusión, primero por la brecha digital, luego por la poco o casi nula formación de los maestros y maestras para dicha modalidad, y después por algunos aspectos críticos que nos hace ver la pedagogía. Algunos de ellos es la anulación de la Escuela que tiene muchos otros sentidos más allá del aprendizaje, y otros advertidos por Meirieu como la anulación de la contextualidad, el cuerpo, la institucionalidad por medio de convertir en central algo que tenía el carácter de aleatorio. Entonces, la pregunta por la relación nos obligaría a definir: ¿qué tipo de relación se necesita para que haya aprendizaje virtual?, luego aprender con, y permitir la continuidad del futuro, el cuidado de la vida, y la institución de la humanidad.
La educación como relación en la educación a distancia desconoce la diversidad de los contextos, precisamente por la negación que hace la virtualidad. No es lo mismo educar en una familia de clase media que en una familia popular donde los datos del celular hacen parte de la economía del trabajo. No tiene en cuenta la diversidad de los aprendizajes. No es lo mismo ser maestro de educación básica, a ser maestro de educación especial o educación inicial.
Al eliminar el cuerpo, se elimina también la importancia de la motivación, del acercamiento, del seguimiento, de la escucha, precisamente porque la individualidad del mercado se multiplica para la masificación. Los resultados guían su manera de operar. Una educación sin cuerpo hace realidad el sueño de Descartes, el cogito determina el ser. No es extraño que, entre más estudiemos a distancia, las desigualdades adentro y afuera se reproduzcan por el grado de abstracción en el que transitamos.
La educación a distancia hace saltar por los aires la institucionalidad. La mayoría de proyectos On Line, On Fly, no necesitan de un lugar, el lugar puede ser cualquier lugar, el tiempo puede ser cualquier tiempo. Ahora, en el confinamiento, el trabajo, la vida conyugal, el ocio y la educación luchan entre sí por los espacios, los tiempos, la afirmación de las individualidades, precisamente, porque lo no institucional no reconoce que la vida se encuentra institucionalizada y que la pedagogía por sí misma tiene un componente importante de institucionalidad.
Más allá de los obstáculos que presentamos, también nos encontramos con algunos de fondo que nacen en la misma virtualidad, pues es porque es virtual que podemos colocar a distancia. Veamos cuales son esos aspectos que están puestos en juego y que no los vemos porque precisamente nos atrapan. (Continuará…)
[1] Filósofo. Ex rector de la UNAE, Ecuador. Actual investigador de la UNAM, México.

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