Pandemia, medios masivos de comunicación, Estado y democracia

 Pandemia, medios masivos de comunicación, Estado y democracia

Rodolfo Gómez[1]

Una importante preocupación durante el reconocimiento del COVID-19 como Pandemia y el establecimiento gubernamental del Aislamiento Social Obligatorio (ASO), tuvo que ver con el rol y las funciones que fueron desempeñando los medios masivos de comunicación (en particular la televisión) durante la misma y en su particular vinculación con el funcionamiento del capitalismo argentino (más allá del impacto sobre el funcionamiento mundial de las sociedades capitalistas). A partir de aquí ensayamos algunas búsquedas, por supuesto aprovechando que el estallido de la Pandemia y la extensión del ASO, motivaron entre las posibles actividades a ser desarrolladas, el consumo de diferentes medios de comunicación, entre los que se encuentran los denominados “broadcasting” como la radio y principalmente la televisión.

Viendo la televisión, pero también escuchando la radio, nos preguntábamos el motivo por el que se encontraba en la mayoría de los medios broadcasting (sobre todo, pero que no excluye a los “nuevos medios”, es decir, a las redes sociales) una constante crítica a todo aquello que podríamos suponer “racional” (como por ejemplo a la sugerencia de tratar de no salir a la calle para no contagiarse), y en relación con ello, una crítica al cierto conocimiento médico o científico en general (aunque particularmente los medios masivos de comunicación no cuestionaron ese conocimiento “científico” en los economistas del establishment económico dominante, cuyos pronósticos raramente se cumplen, y cuya presencia “crispada” es ya “tradicional” en los principales medios masivos de comunicación capitalistas).

Una primera búsqueda fue histórica y abrió nuevos interrogantes. ¿En qué momento se constituyen las funciones de los medios masivos de comunicación en la actual sociedad capitalista argentina (aunque la pregunta podría extenderse por supuesto al conjunto de los países capitalistas latinoamericanos)? ¿Qué características tiene la sociedad capitalista argentina para que estos medios puedan tener la incidencia política necesaria para la misma reproducción capitalista y –es más– en realidad para la reproducción de “cierto tipo” de sociedad capitalista (la sociedad capitalista neoliberal)?

Nuestras “guías” para llevar adelante esta reflexión fueron varias, pero mencionamos algunas que fueron las principales. En primer lugar no podemos dejar de referir a Marx, dado que desde nuestra perspectiva las sociedades contemporáneas, entre las que se encuentra la argentina, son sociedades capitalistas. Ahora bien, reconocer el aporte de Marx y asumir que las sociedades contemporáneas son sociedades capitalistas, implica además reconocer que en estas sociedades se “presentan” diferentes “formas” del conflicto capital-trabajo inherente a cualquier sociedad capitalista, y que dicho conflicto se despliega en la “totalidad” de las esferas de funcionamiento social. Es decir que se encuentra presente en los ámbitos político, económico, social y, por supuesto, comunicacional y cultural.

A partir de aquí tratamos de ensayar algunas respuestas, que nos llevaron a pensar en la democracia capitalista que instauró la última dictadura cívico-militar en la Argentina. Esto considerando algunos presupuestos que nos devuelven a la interpretación del pensamiento de Marx antes mencionada.

Es así que partimos de la consideración de que la última dictadura cívico-militar transformó el funcionamiento de la conflictiva sociedad capitalista nacional, modificando las relaciones de fuerza sociales hasta entonces existentes, de modo tal que se “permitiera” el retorno a un régimen democrático de derecho. Y que, por otro lado, debía estar lo suficientemente limitado como para no poner en cuestionamiento, ya no solamente el mismo capitalismo sino incluso el nuevo modo de acumulación –neoliberal– instaurado por la misma dictadura, que estaba en consonancia con las transformaciones que a nivel mundial se habían desarrollado en el funcionamiento de las sociedades capitalistas “desarrolladas” (o del “Primer mundo”).

En este proceso de transformación capitalista, el componente simbólico-cultural-comunicacional no fue menor en las políticas de transformación de toda la sociedad llevadas adelante por la dictadura. Dicho componente se desarrolló en consonancia con el proceso de desestructuración de las clases trabajadoras y de configuración de una cantidad importante de sectores sociales (medios y lumpen) con posibilidades de “disponibilidad” ideológica. De modo tal que los discursos mediáticos pudieran tener incidencia, se trate ésta en términos de reforzar las normas y valores de sentido común “medio” vigentes (el trabajo, la honestidad, el amor, la no protesta, la apoliticidad) o se trate de generar un “efecto agenda” (instalación de temas que los medios masivos gráficos, radiales, televisivos, consideran los más importantes) o bien de crear “marcos interpretativos” (frames) que fijen límites –hegemónicos– a la valoración de los temas instalados por la “agenda”.

Así, si el Estado burocrático autoritario capitalista de la última dictadura cívico-militar argentina incorporó –casi diríamos de manera althusseriana– como parte del mencionado proceso de transformación de la “totalidad” de la sociedad capitalista argentina un “aparato ideológico” mediático y cultural, este último mostró su línea de continuidad en la forma de Estado capitalista neoliberal y neoconservador que se fue desarrollando durante los diferentes gobiernos constitucionales posteriores. Desde la última dictadura en adelante esto implicó toda una novedad en la funcionalidad y el rol desempeñado por el subsistema de medios masivos de comunicación en relación con el funcionamiento general de la sociedad capitalista, un rol que como mencionamos supieron vislumbrar para los países desarrollados autores con enfoque tan diversos como Althusser, los alemanes Adorno, Horkheimer, Marcuse, Habermas, Deutsch, Luhmann, y de modo más reciente Bob Jessop.

Ciertamente que ello supuso cambios durante los gobiernos elegidos por el voto popular, manifestados sobre todo a partir del levantamiento de la censura, aunque también supuso notables puntos de continuidad, manifestados del mismo modo que en otras instituciones más reconocidamente “propias” de las democracias capitalistas, como ser por ejemplo el Poder Judicial o incluso aquellas que habían terminado en algunos casos fuertemente cuestionadas, como las mismas FF.AA. o las fuerzas policiales.

No es una casualidad esta línea de “continuidad” y de proximidad observada en aquellas instituciones ocupadas precisamente del “control social” y del manejo y procesamiento de la información. Una posición que –siguiendo los trabajos de Deutsh y de Luhmann– para el caso del funcionamiento de los medios masivos nos describe el catalán Miquel Rodrigo Alsina, quien nos brinda ejemplos de la interacción necesaria del subsistema de medios masivos con el subsistema político (en el que se encuentra el Estado) y con el subsistema económico; y para el caso del funcionamiento del Estado capitalista toma en cuenta Jessop al considerar los flujos de información (públicos e interinstitucionales) como elementos de la mayor importancia a la hora de buscar reequilibrar la acumulación de capital con la legitimidad y la consolidación del orden social capitalista.

Tampoco fue una casualidad en la América Latina de la década del noventa, la consolidación de la “forma estado” capitalista neoconservadora-neoliberal en consonancia con la consolidación de un modo de acumulación basado en la incorporación de la producción nacional al mercado mundial a partir de la presencia de grandes empresas monopólicas transnacionales (tanto nacionales como de extranjeras) junto con la configuración de subsistemas de medios masivos monopólicos e incluso oligopólicos. Se trató más bien del desarrollo “natural” de la “forma” de funcionamiento de las sociedades capitalistas latinoamericanas como “totalidad”, de modo tal que, por primera vez durante la historia latinoamericana, se expresó con todas las letras un proyecto verdaderamente hegemónico desarrollado por las clases dominantes capitalistas, tal como muestra Alberto Bonnet en el análisis que realiza de los gobiernos del justicialista Carlos Menem en Argentina.

Cuando durante la primera década del siglo XXI, una articulación diferente entre distintos sectores de las clases subalternas (donde confluyeron los movimientos de trabajadores, los movimientos sindicales, pero también otros movimientos sociales, con reivindicaciones de género, indígenas, de derechos humanos) puso en cuestionamiento este “consenso neoliberal neoconservador”, el resultado fue la emergencia de una “forma estado” capitalista diferenciada de la anterior, que viró –a grandes rasgos y con excepciones– entre posiciones neokeynesianas, neodesarrollistas, neopopulistas, y que se desarrolló en América Latina entre 2005 y 2015 (Gómez, 2019).

Sin embargo, estas “formas Estado” capitalistas mostraron desde entonces sus límites, su agotamiento a la hora de construir consenso sobre todo entre las clases dominantes y los sectores “medios”, pero también en la medida que al mismo tiempo estos procesos fueron “institucionalizando” al interior del Estado capitalista de derecho a los movimientos sociales que cuestionaron al orden neoconservador y neoliberal. Esto fue derivando, consolidando y reposicionando, una “forma estado” capitalista de “nuevo tipo”, que busca de algún modo el retorno a los viejos límites establecidos por un modo de acumulación capitalista que no se ha modificado de manera sustantiva aún durante los procesos “neodesarrollistas” o “neopopulistas” y que supo expresarse –como vimos– hegemónicamente en la última década del siglo XX.

En esta “forma estado” capitalista de “nuevo tipo”, que podríamos caracterizar al momento y en términos preliminares como de un “neokeynesianismo autoritario”, podemos observar la importante presencia de la función de “control social” y de reequilibrio sistémico que desempeñan los medios masivos de comunicación capitalistas fuertemente concentrados (a lo largo y a lo ancho de toda América Latina), que actúan coordinando los flujos informativos con los poderes Judiciales del Estado capitalista (como bien supo mostrar tempranamente Pashukanis) y con los servicios de inteligencia pertenecientes a las Fuerzas Armadas y de Seguridad del Estado capitalista.

Esta situación que acabamos de describir, ejemplificada a partir del caso argentino pero planteada a nuestro entender –y más allá de las diferencias– en un sentido general a toda América Latina, es la que encontramos a la hora del estallido mundial de la Pandemia, y donde pueden verse dos posiciones políticas diferenciadas, ligadas a los gobiernos de derecha y a los gobiernos progresistas de la región (diferencia que se observa en consonancia con los planteos de estas mismas posiciones políticas, tanto en los Estados Unidos como en Europa). Donde en la primera de las posiciones tiende a privilegiarse el funcionamiento de la economía prestándole menor atención a lo sanitario, mientras que en el segundo de los casos se busca privilegiar –en cambio– lo sanitario aunque intentando mantener en la medida de lo posible la actividad económica.

En este marco, donde al momento de inexistencia concreta de una vacuna que pueda combatir la enfermedad no se ve otra posibilidad de evitar el contagio que a partir del aislamiento social, esto supone que si se privilegia la economía existen grandes chances de aumento de los contagios por contacto o proximidad y, al revés, si se privilegia lo sanitario y se practica el aislamiento ello resiente el normal funcionamiento de la economía capitalista.

Al asumir los gobiernos derechistas la primera opción, han producido en la mayoría de los casos una crisis sanitaria importante con un número de muertes alto sin que ello suponga evitar la caída de la economía, que muestra indicadores a la baja en todos los países, independientemente de la posición (pro-economía o pro-sanitaria) asumida. En el caso de los gobiernos progresistas, la segunda opción ha provocado resultados sanitarios más equilibrados aunque sin que por ello se haya evitado por completo el aumento de los contagios o las muertes; pero a diferencia del primer caso –aunque hay que tomar este enunciado sobre todo en términos ideológicos y discursivos– en este caso se plantea la posibilidad de implementación de políticas públicas como modo de contrarrestar la crisis económica producida por la Pandemia.

Puede verse aquí, en este mismo ejemplo relativo a la posición adoptada en la Pandemia, una diferencia política y una tensión entre quienes por derecha postularían el regreso a una “forma estado” capitalista neoliberal-neoconservadora donde el tipo de intervencionismo del Estado capitalista busque favorecer el desarrollo capitalista a través de un aumento de la inversión proveniente del mercado, y quienes por el lado progresista postularían en cambio el retorno a una “forma estado” capitalista neodesarrollista o neopopulista, donde el tipo de intervencionismo del Estado capitalista –en ausencia de un incremento de la inversión proveniente del mercado­– sea un motor del mismo desarrollo capitalista.

Pero la “forma estado” capitalista se encuentra en directa vinculación con la “forma” en que se desarrolla la lucha de clases en las sociedades capitalistas, y en ese caso, mientras que la “forma estado” neoconservadora y neoliberal se encontraba en consonancia con la desorganización de las clases subalternas, la emergencia de una “forma estado” capitalista neodesarrollista o neopopulista había sido producto de un aumento de la protesta pública llevada adelante por estas mismas clases trabajadoras y populares que hacia fines de los años noventa comenzaban a mostrar una importante articulación.

Ahora bien, si cruzamos estas dos variables enunciadas (la posición frente a la Pandemia y la emergencia o configuración de una “forma estado” capitalista producto de la presencia pública de la lucha de clases) veremos que el asumir la segunda posición, que defiende el aislamiento social y el intervencionismo estatal, resulta problemática, porque la posibilidad de implementación de una política progresista supone necesariamente la presencia pública en las calles de las clases subalternas movilizadas. En cambio, la primera posición –la de la derecha– tiene dos posibilidades de una presencia pública, una a través de la intervención del subsistema de medios masivos de comunicación capitalistas (entre los que se encuentran por supuesto también las redes sociales, aunque el medio predominante siga siendo, por lo menos en América Latina, la televisión) encargado de mantener tanto el “control social” como así el “equilibrio” que permita la reproducción capitalista, y otra a través de la presencia en las calles de aquellos sectores medios consumidores de los mismos medios masivos de comunicación capitalistas que desacreditan prácticamente la existencia de la Pandemia y desestiman tanto las políticas sanitarias como la recomendación al aislamiento social.

Esta prédica, radicalizada en buena parte de los países latinoamericanos, por parte de la derecha de la región (aunque podemos encontrar una retórica similar en Donald Trump, Boris Johnson o en las derechas proto fascistas española o griega) que ocupa diariamente una esfera pública política prácticamente reducida a lo que se construye desde el subsistema de medios masivos de comunicación capitalistas; busca bloquear cualquier intento o posibilidad de retorno a “formas estado” capitalistas de tipo neodesarrollistas o neopopulistas y reconducir dicha “forma estado” hacia la “forma” neoliberal previa (de allí la dificultad, por ejemplo para el gobierno argentino, incluso de sancionar un impuesto extraordinario por única vez a las grandes fortunas, que abarca a menos del 1% de la población del país).

En el medio de esa tensión nos encontramos con una “forma estado” capitalista que no es ni una ni otra, y que por ese motivo definimos como “neokeynesiana”, pero que, por las condiciones de “nuevo tipo” donde los medios masivos de comunicación y los sectores medios juegan este importante rol, también definimos como “autoritaria” (tomando por momentos y en algunos casos los ribetes de una suerte de “fascismo” institucionalizado en el Estado capitalista).

Sin embargo, lejos de suponer que esto implica el triunfo definitivo y a futuro del capitalismo, consideramos que es más bien una muestra más –desesperada, de allí la radical irracionalidad de esas prácticas discursivas, económicas, políticas culturales– de la profunda crisis de este tipo de sociedades basadas en la explotación y la expoliación de los seres humanos y del planeta en su conjunto. La posibilidad de la vacuna nos acerca una esperanza, la de la posibilidad de regresar a recuperar las calles y reiniciar la disputa por el espacio público, reiniciar la disputa por una democracia que vaya más allá de la democracia capitalista.


[1] Docente e investigador, Carreras de Ciencias de la Comunicación y de Ciencia Política, FSOC, UBA. Miembro de los Grupos de Trabajo de CLACSO Comunicación, Política y Ciudadanía y Estados en Disputa.


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