¡No es el coronavirus, estúpido! Es una nueva fase de la crisis del capital

 ¡No es el coronavirus, estúpido! Es una nueva fase de la crisis del capital

Arturo Guillén[1]

La economía mundial enfrenta una nueva crisis que amenaza con hundirla en una recesión igual o peor que la de 2008-2009. Este nuevo terremoto económico es atribuido en el establishment al brote de la epidemia del nuevo coronavirus Covid-19, el cual apareció a finales 2019 en la provincia china de Wuhan. El nuevo virus se convirtió en una pandemia mundial, y en el momento de la redacción de esta nota afecta a más 200 mil personas de más de 140 países. Debido a la rápida propagación del virus, las autoridades chinas y coreanas decidieron la aplicación de drásticas medidas de contención, las cuales afectaron severamente las cadenas de globales de valor construidas con la globalización neoliberal a lo largo de treinta años. Esta interrupción de la producción y del comercio internacional se agravó seriamente con la extensión mundial de la epidemia.

En enero de este año, las bolsas de valores, que habían acumulado ganancias formidables desde 2010 (gráfica 1), mostraron los primeros signos de volatilidad. Los problemas se agravaron en febrero ante la decisión de Rusia y Arabia Saudita, dos de los principales productores de petróleo, de no recortar los volúmenes de producción, lo que disparó el colapso de los precios del crudo. Esta decisión, ligada a la extensión de la pandemia a Corea del Sur e Italia, profundizó la inestabilidad de los mercados financieros. Las bolsas iniciaron una caída libre (gráfica 1).

Entre el 16 de febrero y el 17 de marzo del presente año, el índice Standard and Poors de la bolsa neoyorkina presentó una baja del 29%, el Stoxx 50 europeo del 36% y la bolsa de Tokio del 27%. Bajo cualquier circunstancia, una baja de ese calibre es a todas luces un crac. El derrumbe de las bolsas no sólo significa una pérdida colosal de capital ficticio en el mercado bursátil, sino que trastoca y distorsiona el funcionamiento del conjunto de los mercados financieros, lo cual origina una crisis de liquidez.


Gráfica 1
Indicadores de las principales bolsas de valores del mundo
2007.01 – 2020.03

Fuente: Elaboración propia con datos de mx.investing.com


Con todo lo importante que es el Coronavirus y los costos implicados en su contención, así como las pugnas geopolíticas en torno a la producción petrolera, no son suficientes para explicar la crisis económica actual ni son sus causas de fondo. Son, en todo caso, sus detonadores. No se trata, por lo tanto, de la crisis financiera del coronavirus, sino de una nueva etapa de la crisis del capitalismo. Culpar al coronavirus de la crisis es más que nada una construcción ideológica de los sectores de punta de la oligarquía financiera y de los medios de comunicación a su servicio, para ocultar las contradicciones del sistema y confundir a la población. Por detrás de esos factores, existen tendencias estructurales que el capitalismo viene arrastrando desde hace varias décadas y sobretodo desde la crisis económica-financiera de 2007 [Guillén, 2015, La crisis global en su laberinto, Editorial Nueva-UAMI, Madrid;Guillén, 2019,“USA’s trade policy in the context of global crisis” en Brazilian Journal of Political Economy,vol. 39, nº 3 (156), pp. 387-407, jul-sep.].

Estas tendencias irrumpieron violentamente a la superficie con esta nueva crisis. Entre ellas se encuentran la declinación hegemónica de Estados Unidos y su creciente rivalidad con China y otras potencias regionales (Rusia, Irán y Turquía); la tendencia al estancamiento económico; la persistencia de las tendencias deflacionarias; la desglobalización; y la irrefrenable financiarización o, en términos más precisos, la existencia de un régimen de acumulación dominado por las finanzas, entendidas estas no como el dominio de los bancos, sino como un fenómeno horizontal del cual son partícipes los sectores de punta del capital “industrial”, los cuales se benefician al igual que los bancos, las instituciones financieras, las compañías aseguradoras y la llamada “banca en la sombra” del dominio que ejercen sobre la emisión y circulación del capital ficticio.

La llamada “era dorada del capitalismo” correspondiente al periodo de la segunda posguerra terminó con la “gran crisis” de los años ‘70, atribuida por la mayoría de los estudiosos serios de la época a la caída de la tasa de ganancia en la mayoría de los países capitalistas desarrollados. El sistema “salió” de la crisis mediante diversos expedientes neoliberales que implicaron mutaciones estructurales en el funcionamiento del sistema. A través de la globalización productiva, comercial y financiera y la deriva hacia la financiarización, el capitalismo logró elevar la tasa de ganancia –sobre todo del capital monopolista-financiero (CMF)– mediante su expansión a los países de la periferia, principalmente China y los países asiáticos. Con ello el CMF se aprovechó de las diferencias en los valores nacionales de la fuerza de trabajo de estos países para aumentar la rentabilidad de su capital. Sin embargo, lo hizo al precio de fragilizar las estructuras financieras, lo que llevó a las crisis de los países emergentes en los noventas, la crisis de los valores tecnológicos en 2001, hasta desembocar en la crisis económico-financiera de 2008, la más grave y compleja de las últimas décadas.

A pesar de su profundidad, las elites en el poder no promovieron ningún cambio de fondo en el funcionamiento del sistema. De acuerdo con Dessai: “La crisis de 2008 había sido un momento previo de verdad. Sin embargo, no condujo a una reorientación política seria, solo a una socialización de montañas de deudas privadas, ya que los bancos considerados ‘demasiado grandes para quebrar’ fueron rescatados y sus ejecutivos, considerados ‘demasiado grandes para encarcelar’, continuaron sus viejas prácticas. Solo los mortales comunes perdieron hogares y empleos y tuvieron que lidiar con la imposición de la miseria de la austeridad en nombre de la consolidación de las finanzas de los gobiernos.” (Dessai, 2020, The Unexpected Reckoning: Coronavirus and Capitalism. Canadian Dimension, 17 de marzo).

Para superar la Gran Recesión de 2008-2009 no bastó con reducir las tasas de interés de referencia a cero, sino que fue indispensable incursionar en “aguas desconocidas” mediante la implementación de los programas de flexibilización cuantitativa que inundaron de liquidez el sistema. La depresión tan temida fue evitada, pero la reactivación productiva fue mediocre.

La economía estadounidense no logró rebasar el umbral del 2% de crecimiento anual, y el desempeño del resto de los países desarrollados fue aún peor. La tasa de inversión no se reactivó, a pesar del mar de liquidez y de la reducción de los impuestos a los más ricos decretada por Trump al inicio su mandato. El régimen de acumulación dominado por las finanzas se mantuvo incólume. La llamada Ley Dodd-Frank fue un esfuerzo light por restablecer cierta regulación, pero su aplicación fue adaptándose a los intereses de Wall Street. En otras palabras, Bussiness as usual. Contra lo que se esperaba al terminar la Gran Recesión, en el sentido que, dada su gravedad, los agentes económicos reducirían su nivel de endeudamiento, sucedió exactamente lo contrario. Al cierre de 2020, la deuda total alcanzó el 330% del PIB mundial, muy por encima del 269% que había registrado en 2007.

Es en este contexto de una recuperación productiva lenta y reptante, aunada a una burbuja especulativa sin precedente en las bolsas y en los mercados financieros, cuando el coronavirus atrapa al capitalismo con los dedos en la puerta.

El castillo de naipes del capital ficticio se ha derrumbado de nuevo provocando una crisis financiera y crediticia de gran calado. La decisión de la Reserva Federal (FED) de EUA de reducir en dos sesiones no programadas la tasa de interés al 0-0.25% y reanudar los programas de compra masiva de obligaciones, resultó totalmente inefectiva. Por el contrario, acrecentó el pánico financiero. Su esterilidad no debería sorprender a nadie, pues como lo postuló Keynes durante la gran depresión de los años 30: en condiciones de incertidumbre radical, la política monetaria sirve de poco. De allí que sean cada vez más las voces de quienes piden el uso de instrumentos fiscales, inclusive si esto implica la generación de déficit presupuestales.

Las perspectivas de una recesión global son más que probables. Ello afectará con fuerza a América Latina. El asunto no es ahora de si habrá recesión, sino saber cuál será su profundidad. Mucho dependerá no solo de la rapidez con que se controle la pandemia, sino de la voluntad que se tenga para cambiar el rumbo de las políticas públicas y abandonar el recetario neoliberal.


[1] México, Grupo de Trabajo Crisis y Economía Mundial, UAM-Iztapalapa.
Artículo publicado en Nº 42 del Boletín “Nuestra América XXI – Desafíos y alternativas”, iniciativa del Grupo de Trabajo de CLACSO Crisis y economía mundial.

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Arturo-Guillen

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