“Los micromachismos son conductas que se naturalizan y todavía se aceptan socialmente”
(Transcripción de la Columna de Karina Batthyány
en InfoCLACSO – 14 de diciembre 2022)
Para esta columna, elegí traer el tema de los micromachismos en la naturalización como el machismo socialmente aceptado en el contexto de América Latina y el Caribe y que, por supuesto, es un fenómeno de alcance mundial, donde nuestra región en los últimos años con todo lo que tiene que ver con la igualdad de género, efectivamente ha avanzado mucho.
Y hoy, el machismo puro y duro ya no es socialmente aceptado. Sin embargo, los micromachismos sí lo son, es decir, conductas que se naturalizan y todavía se aceptan socialmente.
¿De qué hablamos cuando hablamos de micromachismos? Empecemos por el principio: El primero en utilizar este término de micromachismos fue justamente el psicoterapeuta argentino Luís Bonino, quien toma como micromachismos aquellas maniobras, conductas casi imperceptibles que se despliegan en la vida cotidiana por parte de los varones, para mantener sus posiciones de poder en las relaciones asimétricas que existen en nuestras sociedades entre varones y mujeres.
Luis Bonino es pionero en el uso de este término, lo define como “una forma solapada de violencia de género que incluye estrategias, gestos, actos de la vida cotidiana que son sutiles, casi imperceptibles, pero que se perpetúan y transmiten de generación en generación”.
En definitiva, se convierten en claves del dominio y la dominación sobre las mujeres en nuestras sociedades. Tienen consecuencias, porque restringen y violentan la autonomía, el equilibrio mental y psíquico de las mujeres, atentando además contra la democratización de las relaciones en todos los niveles de la vida, empezando por la vida cotidiana y también darle una dimensión política.
La forma en que se presentan los micromachismos se aleja mucho de la violencia de género física, pero persiguen los mismos objetivos y efectos sobre las mujeres: garantizar el control sobre la mujer y perpetuar la división sexual del trabajo, es decir, la distribución injusta del trabajo en la cual determina que los derechos y las oportunidades de las mujeres sean coartados y no sean los mismos que la de los varones.
Bonino describe a los micromachismos como “artes” de dominio sutiles, no son actitudes descarnadas, sino que son sutiles y por eso son tan naturalizadas.
-En la lógica de deconstruir algunas actitudes, a veces lo más difícil para mucha gente y a nivel personal, ¿en qué cosas eso se construye en la cotidianidad. ¿Cómo identificar para poder saber cómo deconstruir?
-Pensemos en la vida intrafamiliar. Allí hay unos ejemplos muy claros: delegarnos a las mujeres las tareas del cuidado, explotando nuestros tiempos y nuestras energías; eso es un micromachismo también más allá que tiene otras formas de expresión a otros niveles. También está el control del dinero. Hay algunos ejemplos más asociados a la práctica de socialización de niños y niñas, cuando establecemos colores asociados a las niñas y los varones (el rosado para las niñas y el azul para los varones). Promover determinados juegos para varones, niños y niñas (las niñas como princesas y los varones como campeones o héroes). Con respecto al dinero, a quién no le ha pasado en un restaurant, cuando se comparte una mesa entre varones y mujeres, sistemáticamente le dan la cuenta al varón. ¿Por qué? Porque es el varón el que se supone que tiene el dinero y el manejo económico y no las mujeres. Nosotras somos invitadas o ellos están en la obligación de invitarnos, digámoslo de esa manera. También otra expresión que en nuestro trabajo cotidiano lo vemos permanentemente en lo que se ha denominado en inglés como “mansplaining”, es esta idea de que a las mujeres hay que explicarles todo. Los varones pretenden permanentemente explicarnos todo de manera condescendiente, paternalista, porque parecería que nuestras capacidades de comprensión son diferentes. Otro ejemplo asociado a estereotipos, en este caso que instigan muy fuertemente a los varones de “estás corriendo como una niña”, “ese jugador que corre como una mujer” o “llorar es de niñas”. Todos esos elementos están muchas veces naturalizados y son expresiones de este micromachismo.
En el tema del trabajo doméstico o del cuidado, los hombres no hacen, sino “ayudan” en el cuidado, en las tareas domésticas, porque no son tareas propias de lo masculino (siempre desde la mirada micromachista), sino la responsabilidad es nuestra, las mujeres. También algo que se ve continuamente en la práctica o en la interacción laboral y también sobre los personajes públicos, es opinar sobre cómo nos vestimos y arreglamos las mujeres cuando no ocurre lo mismo hacia los varones. Es decir, esa observación o escrutinio permanente sobre cómo nos presentamos las mujeres en los ambientes laborales o públicos. Recordemos comentarios sobre las mujeres que han sido electas recientemente en algunos cargos de mucha visibilidad.
En definitiva, como lo ha definido la propia Naciones Unidas y otras organizaciones, el micromachismo es un componente más de la violencia de género; no el más dramático, no el más terrible, no el más visible, pero es un componente que está presente, que cotidianamente lo tenemos en nuestras prácticas y que va generando -como efectos- desvalorización en las mujeres. Y también es un componente con el que tenemos que trabajar, desnaturalizar, deconstruir y, por supuesto, intentar modificar.
El micromachismo es parte de la violencia simbólica, son expresiones que las podemos encontrar en diferentes ámbitos: desde el trabajo, lo familiar y la esfera pública, pero que son una manifestación más de la desigualdad que impera en nuestras sociedades, en las relaciones entre mujeres y varones, y son una característica de los sistemas de género actuales, donde asignan una jerarquización, valorización social, económica, política y cultural, diferenciada a varones y a mujeres. Y que esta diferenciación en realidad siempre coloca a las mujeres en el lugar y el origen de la desigualdad de género por medio de la división sexual del trabajo.
-Pensaba en la construcción de niñas, niños y adolescentes. Cómo muchas de estas cuestiones de micromachismos se enmarcan tan brutalmente al momento del desarrollo más primario, en los primeros años de vida. Cuántas veces se estereotipó en las infancias de muchos de nosotros, pero inclusive en niños y niñas que hoy son restrictivas en la lógica despreciativa de “corres como una niña” como algo peyorativo con respecto a la niña, pero también “lloras como una nena” como un uso brutal, termina siendo también restrictivo para esos niños que entienden que esas cuestiones de demostración de sentimiento están vedadas. Y qué brutal dicha marcación, porque es muy difícil de desarmar.
-Absolutamente. Tiene que ver con la construcción de la femineidad como también de la masculinidad. Una clave para que todo esto cambie es justamente empezar otras masculinidades; eso se hace desde el momento mismo del nacimiento y durante toda la vida. También debemos ser capaces de, quienes ya no somos niños y niñas, interrogarnos sobre nuestras prácticas cotidianas en los distintos ambientes en los que estamos como intrafamiliares, laborales, sobre estas prácticas micromachistas que las observamos permanentemente, que están presentes en el ejercicio cotidiano de nuestra vida y empecemos a desnaturalizarlas. Porque por ahí también hay un componente muy importante para la transformación de estas relaciones desiguales de género. Por supuesto que no es el único foco donde hay que colocar el trabajo y el esfuerzo para la construcción de la igualdad de género. Pero sin duda, hay una dimensión política de lo cotidiano en el que tenemos que colocar el análisis y el énfasis.
-¿Cómo se arman esos eslabones de esta gran cadena entre los micromachismos y la violencia física?
-Varios estudios hablan de estas formas sutiles que comienzan en el ejercicio de la violencia. Hay una figura bastante conocida que se llama el iceberg de la violencia de género, que originalmente la trabajó Amnistía Internacional, pero ahora son varias organizaciones que la están trabajando, justamente coloca en la parte más abajo de ese iceberg el micromachismo, para después ir colocando otras prácticas como, por ejemplo, la anulación de las personas femeninas, el lenguaje sexista, la publicidad sexista, el humor sexista y, en muchos casos, también expresados de manera en esta clave de micromachismo, el controlar los espacios de las mujeres en formas menos sutiles desde el desprecio, la humillación, la desvalorización, el ignorar las opiniones o la presencia de mujeres en determinados espacios, el chantaje emocional y después ya las formas de amenazas, los gritos, los insultos, la violación, el abuso sexual, la agresión física y el feminicidio de las mujeres por su condición de género. Esa figura del iceberg de la violencia de género marca al micromachismo como un punto de inicio posible en ese recorrido. No quiere decir que todas prácticas micromachistas terminen en feminicidios, ni que la cadena sea necesariamente de esta forma, pero va estableciendo capas que nos tienen que llamar profundamente a la reflexión y no creer que esas pequeñas prácticas cotidianas de micromachismos no tengan ninguna consecuencia. Los micromachismos están vinculados entre sí y pueden desencadenar efectos muy complejos para las víctimas que son las mujeres.
-Y por último, en el ámbito laboral, si un jefe, una persona o un varón dice alguna situación que es un exabrupto, está enmarcado en lo exigente en las cuestiones de lo laboral. Si una mujer dice algo así, se alude específicamente a la persona en decir “está loca”, siempre en general es una adjetivación hacia la persona y no hacia el hecho laboral. ¿Cómo se trabajan los micromachismos en las cuestiones laborales?
-Es donde quizás también operan en mayor medida esos procesos de naturalización, de creer que eso forma parte de la cultura laboral. Tenemos que empezar a desandar esos caminos y a desarmar esos mecanismos. Por suerte, a nivel de América Latina y el Caribe (y en el mundo también) se ha avanzado mucho, particularmente en algunos países como es el caso de mi país, Uruguay, y Argentina en la elaboración de protocolos que permitan generar algunos mecanismos para prestar atención a estos fenómenos. Nos referimos a protocolos vinculados a acoso sexual, acoso laboral y situaciones de hostigamiento, en el marco de las prácticas laborales. Y creo que los protocolos pueden ser un buen camino.
Además, que cada uno/a de nosotros/as nos llamemos a la reflexión, poner sobre la mesa estas prácticas y cambiarlas, pero cambiarlas desde lo cotidiano, el día a día en las interacciones que tenemos en todos los espacios: a nivel intrafamiliar, a nivel laboral, pero también en los otros espacios de interacción como en la vía pública. Doy un ejemplo cómico: cuando yo tomo el colectivo en la ciudad de Buenos Aires o en Montevideo, está esa costumbre de dejarnos pasar primero a las mujeres, cuando de repente la persona que nos deja pasar está hace veinte minutos esperando en la fila, pero nos deja pasar porque somos mujeres. Puede ser un gesto de amabilidad, pero en realidad también esconde este tipo de prácticas. También la costumbre de hacerles comentarios a las mujeres en esa práctica de piropear que se supone deberíamos recibirlo como un halago y realidad no dejan de ser conductas micromachistas que nos exponen como objeto de comentarios, en este caso por parte de los varones.
Entonces, llamémonos a la reflexión, a revisar nuestras prácticas y seguramente desde allí también podemos contribuir a modificar estas situaciones para avanzar hacia sociedades más igualitarias desde el punto de vista de género. Y no descuidemos -vuelvo a insistir- estos ambientes familiares, laborales, la vía pública, que son en definitiva donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo.
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