La pandemia como crisis ecopolítica. Desafíos de investigación

 La pandemia como crisis ecopolítica. Desafíos de investigación

Gabriela Merlinsky[1]

El mundo entero está conmocionado frente a una pandemia que implica un punto de inflexión extraordinario: estamos frente a la emergencia de una catástrofe social, una interrupción en el funcionamiento de las sociedades, algo que causa una gran cantidad de pérdidas humanas, materiales, económicas y ambientales. Es importante comprender que, para las ciencias sociales, los desastres no son el resultado de “la furia» de la naturaleza, por el contrario, son la concreción o actualización de condiciones de riesgo preexistentes. Si estos eventos hacen que los mercados colapsen, se modifiquen las prioridades y se dividan las opiniones, es precisamente porque son el resultado de procesos sociales, económicos, políticos, ecológicos de mayor amplitud. Para encontrar estas razones profundas hay que observar a través de los eventos para tratar de comprender qué hay debajo del pico del iceberg que nos muestra la crisis sanitaria. Esto implica un esfuerzo por mirar los acontecimientos como auténticos analizadores sociales, es decir, dar visibilidad a objetos y sujetos que tienden a verse excluidos de los marcos consensuales de percepción, reconocer diferentes formas de uso del tiempo y del espacio, así como prestar atención a nuevas y viejas formas de desigualdad que esta crisis deja en descubierto.

La particularidad de las pandemias del siglo XXI es que surgen a partir de formas virales de recombinación genética. Son eclosiones de virus asociadas a una penetración más intensiva de la agroindustria en los sistemas naturales, que han creado fisuras en los ecosistemas y entre las especies. Si se destruyen los ecosistemas, los virus y bacterias que circulan entre especies y no pasan a los seres humanos, van a buscar nuevos seres huéspedes.

Las consecuencias acumulativas de estos procesos no solo se observan en los lugares de la cría de animales, donde impera el monocultivo o donde avanza la deforestación. Esto es también visible en las grandes ciudades y los espacios urbanos. En América Latina, las metrópolis han sido lugares de recepción de la población expulsada por el monocultivo y el acaparamiento de tierras. Y esto ha sucedido en un contexto en el que el Estado no pudo dar respuesta a las crecientes demandas de los procesos de urbanización popular. Por estos días, los lugares donde más pesa la propagación de la epidemia son los sitios de la ciudad informal que no tienen agua potable, donde hay altos niveles de hacinamiento y donde se pone en blanco sobre negro quienes pueden disfrutar del derecho a la ciudad.

Por otra parte, la singularidad de este desastre es que nos cambia las coordenadas espacio temporales. La epidemia COVID-19 se ha expandido a una escala inédita, a una velocidad nunca vista y produce una profunda desestabilización en la forma que imaginamos el futuro. Por primera vez, una pandemia afecta a la gran mayoría de los países del mundo, su alcance global se concreta en un período de tiempo muy corto y abre un escenario en el que no sabemos cuánto va a durar. Todo ello nos lleva a repensar nuestro modo de entender la globalización, la relación local/global y las fronteras.

La imposición del mito de la globalización indefinida logró por más de un siglo imponer la falsa promesa de la modernidad como destino absoluto de la humanidad. Esa creencia ya estaba devaluada a comienzos de los años setenta gracias a la acción de diferentes resistencias de los movimientos ecologistas, las movilizaciones antinucleares, los movimientos antibélicos y los procesos revolucionarios en el tercer mundo. Y una reacción a ello fue la aceleración de la globalización y la deslocalización del capital. Hay que tomar en cuenta que la crisis del COVID-19 emerge en un momento histórico en el que han fracasado los intentos globales para restar visibilidad a procesos altamente destructivos para la humanidad en su conjunto, como por ejemplo el cambio climático.

El negacionismo del cambio climático ha sido la salida que encontraron las grandes élites del mundo global para ganar tiempo en favor de la desregulación y el desmantelamiento de los estados de providencia. La construcción de la cuestión ambiental como asunto planetario tuvo que ver con la interpretación de la crisis como un problema de límites, algo que sucedió tardíamente en el siglo XX a partir de coaliciones discursivas entre actores que, a simple vista, podían tener posiciones opuestas pero que pudieron construir consenso en torno a la necesidad de establecer límites para el crecimiento económico. Y todo ello dio lugar a un trabajo científico que acumuló evidencias necesarias para demostrar que la apropiación de naturalezas baratas y su codificación para servir al crecimiento económico implica una destrucción masiva de ecosistemas, al punto tal que hace inviable la vida en el planeta. No es que estas elites no hayan comprendido, es que eligieron otro camino que implica que otros (los países del sur global, las mujeres, los afroamericanos, las víctimas del racismo, los pueblos colonizados) van a pagar las consecuencias. Mi punto central es que para enfrentar el negacionismo y sus consecuencias en términos de crisis ecológica es necesaria una comprensión renovada de la cuestión ambiental en su lazo estrecho con la cuestión social.

Si las economías capitalistas contemporáneas están impulsadas por el consumismo, lo que ahora vemos es que el COVID-19 implica un desplome omnipotente en el corazón de la forma de consumismo que domina en los países más ricos. Esto nos lleva a otra pregunta central en términos de la cuestión socio-ambiental: ¿Cómo se fundan las bases de una nueva economía que se apoye en el consumo socialmente necesario? ¿De qué manera ello se combina con el proceso de decrecimiento que se requiere para afrontar la crisis ecológica? Y ¿cómo se piensan otras formas de producción y consumo que tomen en cuenta la autodeterminación de los pueblos?

Y si todo ello debe religarse a la cuestión social es precisamente porque en el frente de lucha contra la epidemia están las trabajadoras y los trabajadores de los servicios denominados esenciales, que en realidad son fundamentales para la reproducción de la vida como los servicios de salud, la educación, el transporte, la alimentación o la recolección de residuos, por solo citar algunos. Quienes desarrollan estas tareas enfrentan situaciones de precarización laboral y tienen que realizar sus tareas en medio de la profunda desestabilización espacio-temporal que genera esta epidemia. ¿Qué consecuencias tiene esa extraordinaria carga física, mental y emocional para estas profesiones y actividades? Y ¿cómo operan estas nuevas condiciones y medio ambiente del trabajo en este contexto de desestructuración espacio temporal que nos atraviesa?

Tampoco podemos dejar de lado la estrecha relación que todo ello tiene con las economías del cuidado. Hay ramas de actividades, como por ejemplo los servicios de salud, que tienen una alta proporción de trabajo femenino. Cabe preguntarse por el rol crucial que ocupan las mujeres, ya sea en el ámbito de sus domicilios o como trabajadoras del cuidado en la esfera pública. La cuestión de quién puede trabajar en casa y quién no, agudiza una división social al igual que la cuestión de quién puede permitirse aislarse o ponerse en cuarentena. ¿Qué significa trabajar en casa? Si el teletrabajo es una forma de acortar los tiempos de trabajo socialmente necesarios: ¿de qué manera ese aumento de productividad del trabajo implica una forma de autoexplotación? Y ¿cómo afecta diferencialmente a las mujeres? Porque no hay duda que las tareas domésticas y de reproducción son también trabajo. La violencia machista puede potenciarse en el encierro doméstico y ya sabemos que el femicidio es algo que sucede puertas adentro de los hogares.

Finalmente, debemos revisar nuestros abordajes epistemológicos, teóricos y metodológicos. Necesitamos transformar nuestros enfoques para dar cuenta de procesos socio naturales que también involucran lo no humano y las especies compañeras, así como prestar atención a las voces de los movimientos de justicia ambiental, los feminismos territoriales, indígenas y ecofeministas. De ese modo podremos encontrar algunas pistas de abordaje para transversalizar los temas de investigación en temas de ambiente y desigualdad social. Es importante redoblar esfuerzos para avanzar en investigaciones colaborativas sobre decrecimiento, descarbonización de la economía, agroecología, soberanía alimentaria, ecofeminismo, derechos de la naturaleza, salud comunitaria, conflictos ambientales y justicia ambiental, entre otros tantos temas que deberían estar en nuestra agenda.


[1] Instituto de Investigaciones Gino Germani – IIGG/UBA. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Integrante del Grupo de Trabajo CLACSO Ecología(s) política(s) desde el Sur/Abya-Yala.


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