Hegemonía, poder electoral y disputa simbólica en Honduras

Preparado por Galel Briceño
Especialista en Estudios Económicos y Sociales,
en la Secretaría de Planificación Estratégica
Miembro de la Asociación Hondureña de Sociología, AHS-UNAH
Las elecciones hondureñas de 2025 se desarrollan en una coyuntura donde el resultado no se define solo en las urnas, sino también en el control estratégico de las instituciones electorales. Giovanni Sartori advirtió que “la democracia es un régimen en el cual los partidos pierden elecciones” (Sartori, 2005, p. 22). Pero en contextos de baja confianza pública, el problema no es solo quién pierde, sino quién tiene la capacidad institucional para certificar la derrota. En Honduras, la disputa es por votos, pero también por quienes cuentan, validan, narran y transfieren esos votos.
El sistema electoral hondureño incluye al Consejo Nacional de Electoral (CNE), el Tribunal de Justicia Electoral (TJE), el Registro Nacional de las Personas (RNP), la Unidad de Política Limpia, la fiscalía general y el Tribunal Superior de Cuentas. Estas instituciones certifican el padrón, el financiamiento, la transmisión de resultados y la validez final del proceso. Sin embargo, como advirtió Pierre Bourdieu, “el poder simbólico es un poder de construcción de la realidad” (Bourdieu, 1997, p. 170); por lo tanto, controlar la institución es controlar la versión legítima del resultado electoral. En términos marxistas, la lucha política no es solo lucha por el poder del Estado, sino por el control de los aparatos que producen la verdad oficial.
La aprobación de la Junta Permanente en el Congreso es una pieza que altera las piezas legislativas internas. Para Sartori, “quien controla el procedimiento, controla el resultado posible” (Sartori, 1994, p. 66). Esto convierte al Congreso en actor electoral, aun sin estar en campaña y aunque no tenga atribuciones en el sistema electoral, porque puede modificar la correlación de fuerzas simbólicas y políticas del proceso. De este modo, en la disputa electoral, la opsición atribuye de manera falaz, que la comisión permanente podría tener atribuciones en el CNE.
A esto se suma la crisis dentro del CNE. La falta de acuerdo sobre la adjudicación del sistema de Transmisión de Resultados Electorales Preliminares (TREP) alimenta desconfianza pública, pero a partir de la conspiración denunciada por el secretario del CNE, Marlon Ochoa. Anthony Downs sostuvo que “los ciudadanos aceptan los resultados solo si creen que el proceso fue justo” (Downs, 1957, p. 103). Si el árbitro electoral se percibe dividido, incluso una elección limpia puede ser interpretada como fraude por alguno de los sectores. Por eso, discursos como el de Salvador Nasralla, quien anticipa que le “robarán las elecciones”, no son solo retórica: son una estrategia de construcción de relato para desconocer resultados desfavorables.
También emerge el componente religioso-político. La sesión ordinaria realizada por diputados conservadores en la Iglesia Vida Abundante es más que un acto protocolario: es un mensaje de reagrupamiento simbólico de las derechas. Bourdieu escribió que “el capital simbólico es la autoridad legítima que se ejerce sobre las mentes” (Bourdieu, 1997, p. 119). Llevar el Congreso a un templo es trasladar el poder político al espacio donde la derecha conserva su base moral y emocional. Es un intento de disputar hegemonía apelando a la fe cuando se carece de movilización popular.
Sin embargo, la correlación de fuerzas no es únicamente institucional o simbólica. A diferencia de procesos anteriores, Libre ha consolidado una relación orgánica con sectores populares, sindicatos, movimientos barriales y organizaciones comunitarias. Esta base social percibe la gestión gubernamental como una ruptura —aunque incompleta— con la hegemonía anterior, expresada en subsidios, programas sociales y reconocimiento político de los históricamente excluidos. En clave gramsciana, Libre no solo administra el Estado, sino que construye hegemonía desde abajo, porque el pueblo deja de ser espectador y actúa como sujeto político.
La movilización permanente en Tegucigalpa materializa esa hegemonía popular: transforma la calle en fuerza material. No es concentración simbólica, sino capacidad real de presión. Cuando el pueblo ocupa el espacio público, eleva el costo político de cualquier intento de desconocer el resultado. La calle funciona como dispositivo de defensa del voto, como garantía colectiva frente a configuraciones de clase que históricamente han decidido desde arriba. Esto obliga a replantear los escenarios electorales.
Escenarios prospectados
Escenario 1: Hegemonía popular y legitimidad desde la calle.
Libre capitaliza la movilización territorial como poder social organizado. El voto duro y la periferia urbana se activan, se amplía participación y la legitimidad se construye también en la calle. La hegemonía no es solo electoral: es social.
Escenario 2: Hegemonía simbólica de la oposición, pero sin base material.
La derecha apuesta por iglesias, ONG’s, medios y redes para disputar el relato, pero sin capacidad de contramovilización. Puede erosionar la opinión, pero no ocupar la calle. En términos marxistas, es dominación ideológica sin fuerza orgánica.
Escenario 3: “Empate catastrófico” y judicialización del conflicto.
Si la oposición desconoce resultados y el CNE mantiene fracturas, el proceso puede judicializarse en el TJE. Si ambos bloques movilizan bases, la disputa deja de ser institucional y se vuelve contienda social, con riesgo de crisis de gobernabilidad. Como advertía Poulantzas, cuando dos fuerzas son incapaces de imponerse mutuamente, el Estado entra en crisis estructural. Habrá de considerarse también, el abierto apoyo de la Embajada de EEUU hacia la oposición, la conspiración y las estrategias similares a los guiones aplicados en Venezuela.
Reflexión final, más no concluyente
La elección hondureña no decidirá solo quién gana votos, sino quién logra imponer la lectura legítima de lo que ocurrió. Y en un país donde el poder siempre se ha disputado entre instituciones y pueblo, la movilización popular puede ser el elemento que incline la balanza.
Referencias
Bourdieu, P. (1997). Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Anagrama.
Downs, A. (1957). An Economic Theory of Democracy. Harper & Row.
Sartori, G. (1994). Ingeniería constitucional comparada. Fondo de Cultura Económica.
Sartori, G. (2005). Partidos y sistemas de partidos. Alianza Editorial.
Poulantzas, N. (1978). State, Power, Socialism. Verso.
Gramsci, A. (1971). Selections from the Prison Notebooks. International Publishers.