Emergencia: sociedad, ambiente y economía. Una oportunidad para la TSE

 Emergencia: sociedad, ambiente y economía. Una oportunidad para la TSE

Antonio de Lisio[1]

Se está frente a una crisis compleja global que se manifiesta en un entramado de relaciones múltiples y complejas que la pandemia obliga a considerar entre la sociedad, el ambiente y la economía. En este artículo se pretende realizar este entretejido partiendo primero del nivel mundo, para posteriormente resaltar los retos de América Latina para hacer frente a la pandemia 2020 y sus consecuencias. Esta ventana regional abre las puertas al cuadro diagnóstico, frente al cual se presenta especialmente la propuesta regional de Transformación Social-Ecológica (TSE), coordinada por la Fundación Friedrich-Ebert en América Latina.

La situación Mundo

En este nivel se ha decidido utilizar como guía de orientación para el análisis la Agenda 2030 ONU, suscrita por 193 países en 2015. En el marco de los distintos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 a considerar para la emergencia provocada por COVID-19 (ver Figura 1), hay que empezar por señalar la debilidad de la atención primaria mostrada en la mayoría de los países del mundo, el nivel de base indispensable para evitar la propagación de epidemias y pandemias, una de las metas de salud y bienestar (ODS 3).



En la visión múltiple y compleja que se requiere tener para abordar el problema en toda su trascendencia, hay que resaltar el peso de la intervención en los ecosistemas terrestres (ODS 15), como el origen más probable de la pandemia 2020, atendiendo al seguimiento realizado en las últimas décadas de la reducción de la cobertura vegetal boscosa en el sudeste asiático. Aquí la intervención de los bosques por los monocultivos como el de la palma africana, insumo fundamental del agronegocio internacional de la comida “chatarra”, aumentan los riesgos de la zoonosis, que ha llevado al contagio humano por COVID 19 y produciendo el síndrome respiratorio agudo grave conocido como SARS-COV-2, y anteriormente al SARS-COV-1. En ambos casos, el origen ha sido, de acuerdo a diversos especialistas, la intervención de los bosques, afectando así la regulación de las condiciones físicas, químicas y biológicas que reducen la carga vírica que nos puede causar enfermedades con riesgo de muerte. En esta alteración del ecosistema en su conjunto, causada por el afán de lucro empresarial sin responsabilidad alguna, ni social ni ecológica, es donde debemos buscar las causas del drama, y no en las especies silvestres como el murciélago, una víctima más del incumplimiento del convenio CITES de protección de la fauna silvestre.

Las medidas de cuarentena y de aislamiento social máximo, que por recomendaciones de la OMS muchos países han implementado, si bien seguramente han incidido en bajar el número de contagios y decesos, ha causado la virulenta emergencia de la pobreza (ODS 1) en el mundo. Inclusive en los países del Norte se han tenido que tomar decisiones para garantizar acceso universal, seguro y constante de agua (ODS 6) y energía (ODS7), indispensables para el aseo personal y público preventivo, suspendiendo el cobro de las facturas de los servicios, e implementando mecanismos de emergencia para atender a la creciente población que se está quedando sin medios de abastecimiento de alimentos. Nos hemos percatado, entonces, que Hambre Cero (ODS 2) no es un alcance exclusivo para el Sur Global; es un problema latente en las sociedades opulentas, de consumo suntuario, pero que arrastran el peso de las desigualdades internas (ODS 10), que en muchos países de Europa se ha exacerbado debido al desmontaje o reducción del Estado de Bienestar. Se ha llegado a niveles de precarización del trabajo y de debilidad de los sectores económicos menos intensivos en capital (ODS 8), que los gobiernos, para reducir las consecuencias sociales y económicas del aislamiento de unos meses, se han visto obligados a realizar ayudas especiales directas a los trabajadores y sus familias y del otorgamiento de recursos mínimos a fondo perdido para evitar el cierre de pequeñas y medianas empresas intensivas en trabajo. La intervención del Estado en la economía regresó durante la pandemia, incluso a solicitud de los neoliberales.

Sin embargo, la urgencia asistencial tiene unos límites de acción, hay problemas que han aflorado de la cuarentena prolongada que no se pueden enfrentar con más recursos extraordinarios de coyuntura. Así aparecen los rezagos y las brechas sociales en acceso a la innovación y facilidades de infraestructura (ODS 9) como las telemáticas, que han dificultado la cobertura nacional y universal de las medidas de emergencia como la educación a distancia, la multiplicación del teletrabajo, teledeporte, teleconferencias, telemedicina y otros. Sin embargo, estas modalidades de contacto remoto más o menos consensuadas no minimizan el descontento y rechazo, obligadamente contenido, por las prohibiciones y limitaciones a la calle, a la vida al aire libre, a las relaciones afectivas más allá del núcleo familiar, en fin, de las limitaciones a las libertades ciudadanas que de manera policial y represiva se ha impuesto en la mayoría de los países. Suecia ha dado muestra de que las cosas se pueden hacer de manera distinta, que existen opciones frente al Leviatán, con una institucionalidad (ODS 16) basada en la corresponsabilidad gobierno-ciudadano.

La salida del hogar en el mejor de los casos a un perímetro de unos metros alrededor de la vivienda, es una ficción en el hábitat que la especulación inmobiliaria ha venido construyendo, donde el espacio público, “verde” o “gris”, está prácticamente ausente. Se ha hecho evidente que nuestras ciudades y demás formas de asentamientos requieren ser sostenibles (ODS 11) social y ecológicamente y así frenar la mercantilización edilicia. Esta se manifiesta también en los espacios cada vez más reducidos de las viviendas, dimensiones que no permiten el aislamiento de la mayoría de los contagiados en la estrechez de las “cuatro paredes” donde viven con la familia y que propicia el ostracismo de los mayores en los geriátricos, centros estos que por lo demás en muchos países se han convertido en focos locales importantes de propagación del COVID-19. Un hábitat sostenible también debería propiciar soluciones más ecológicas para el agua y la electricidad, incentivando su desmercantilización, como servicios básicos.

La movilidad activa urbana, que ha sido revalorizada con las iniciativas de aumento de ciclovías en algunas ciudades, deben superar la coyuntura y convertirse en política que ayude a descontaminar las ciudades (ODS 13), sabiendo que en los grandes focos pandémicos urbanos, la polución del aire ha sido un factor de agravamiento de la vulnerabilidad de los contagiados hospitalizados. Igualmente, la sostenibilidad, conduce a un ordenamiento territorial en la que lo urbano y lo rural se imbrican más a niveles de cada localidad, propiciando circuitos de producción-consumo (ODS 12), que reduzca la inseguridad alimentaria local de la población.

Finalmente, la atención de la pandemia, hasta el momento, ha estado circunscrita a las decisiones nacionales, propiciando el resurgimiento de las posiciones nacionalistas más acérrimamente conservadoras. Éstas son contrarias a la alianza y cooperación (17) internacional que se requiere para que esté al alcance de toda la humanidad el fármaco específico o la vacuna que controle o derrote al COVID-19. Estos esfuerzos que se realizan en los centros de investigación de referencia mundial, exige deslastrarse de esa especie de darwinismo social-nacional, hoy tan beligerante. 

La ventana regional

En América Latina, México, Honduras y Brasil están registrando un índice de muertes/casos reportados por encima o igual al promedio mundial de 7%. Preocupa la situación de estos países, tomando en consideración que de acuerdo a los epidemiólogos, la región aún no ha entrado en el “pico” de la pandemia. Sin embargo, este retraso no ha impedido que la mayoría de los gobiernos latinoamericanos hayan empezado a tomar medidas de cuarentenas totales o parciales, con la excepción hecha de Bolsonaro en Brasil, país donde sin embargo los gobiernos federales han tomado sus propias decisiones en materia de distanciamiento social, ante el temor de los impactos de la crisis sanitaria en sus respectivos estados. 

La CEPAL ha advertido los problemas que muestra la región para atender a la pandemia y sus consecuencias sociales y económicas, tomado en cuenta: 1) Las debilidades de los sistemas nacionales de salud fragmentados, inequitativos y con déficit de personal, suministros e instalaciones; las brechas sociales y geográficas en el acceso a la salud inclusive pública; el cabalgamiento del COVID-19 con epidemias ya crónicas como el dengue. 2) La suspensión de clases presenciales en todos los niveles no incide sólo en el proceso educativo, ya que en diversos países en los planteles educativos son los lugares donde se implementan los programas de subsidio alimentario a los niños y adolescentes y cumplen actividades de cuidado. La modalidad de clases a distancia, está mostrando las graves brechas digitales en el sector educativo. 3) Se ha registrado un incremento del empleo informal y del trabajo infantil, con incidencia en las tasas de pobreza y pobreza extrema nacionales, que ya venían en aumento desde que culminó el último boom de los commodities. Igualmente preocupa la afectación a las micro, pequeñas y medianas empresas, que generan alrededor de la mitad del empleo formal. 4) La debilidad de los sistemas de protección social, en la mayoría de los países y la falta de protección de la economía de los cuidados, por lo general a cargo de las mujeres que entonces están obligadas a la doble jornada. 5) El aumento de las posiciones ultranacionalistas, acompañadas muchas veces por racismo y xenofobia. 6) Las limitadas posibilidades para aumentar el gasto fiscal y el peso de la deuda externa nacional, dificulta el incremento de recursos para atender la pandemia. Además se registran altos niveles del endeudamiento privado y la caída de las remesas. Se estima un escenario de contracción económica promedio regional de 5.3% en 2020.

La propuesta FES TRANSFORMACIÓN

En este panorama mundial y regional es urgente un cambio que evite que sean los sectores sociales más vulnerables los que lleven el peso de la crisis de la pandemia. En el caso de América Latina, es importante tener en cuenta que en las distintas aristas sociales, económicas, políticas y ambientales de la misma, tiene un peso fundamental la necesidad de superar el extractivismo, que no solo es una modalidad económica, sino la expresión del dominio político que ha propiciado además de los hándicaps sociales y económicos para enfrentar el COVID-19, la degradación de la cubierta boscosa, que como vimos es la causa que los especialistas señalan del origen de la pandemia.

En tal sentido, la Transformación Social-Ecológica en América Latina de FES TRANSFORMACIÓN se convierte en una propuesta progresista que permite enfrentar con más y mejor democracia y no con retrocesos que llegan a la xenofobia, al racismo, los aspectos cruciales de la vulnerabilidad pandémica que muestra la región. La economía circular y plural regional que se propone es un intento de respuesta a la ceguera social y ecológica del mercado en el mundo y particularmente del extractivismo en América Latina.

Se pretende la transformación productiva con sostenibilidad social y ecológica: manteniendo las funciones de los ecosistemas, evitando que se desaten virus como el actual; propiciando circuitos de producción-consumo-reciclaje que sustentados en la innovación, disminuyendo los niveles de residuos y emisiones que aumentan la vulnerabilidad de la salud humana; generando empleos dignos en el marco de sistemas de seguridad social de cobertura universal; valorando las actividades cotidianas de protección y cuidados en manos especialmente de mujeres.

Se requiere para ello pactos sociales que aumenten las capacidades institucionales de planificación y administración corresponsable, que en el ámbito territorial permitan articular lo local con lo global y lo urbano con lo rural, imbricación ésta de especial relevancia en América Latina, en la que se requiere articular los movimientos de resistencia de los indígenas y campesinos que luchan por su sobrevivencia frente a los extractivsimos terrófagos agrícolas, mineros y energéticos, con las demandas crecientes de mejores condiciones de vida en las ciudades, para enfrentar problemas globales como la transculturización de alimentos “chatarra”, que como vimos está detrás de la pandemia.

Se trata en fin de defender la democracia social-ecológica que, enraizada en la historia del continente, en la cultura de sus pueblos, vaya al intercambio social, inclusive en los mundos virtuales, en los que las tradiciones y particularidades regionales encuentren espacio para el diálogo global vinculante que se requiere para llevar adelante propuestas progresistas. Se trata, en esencia, de dejar atrás las derivas autoritarias hobbesianas de control social que se han desplegado durante las cuarentenas, y propiciar en la etapa de reconstrucción post pandemia el buen gobierno basado en el reconocimiento de la necesidad de salir del desastre civilizatorio del Antropoceno, del cual el COVID-19 es una de sus manifestaciones más elocuente, y en el pleno respeto de los derechos humanos individuales y colectivos.


[1] Co-coordinador del Grupo de Trabajo Cambio ambiental Global metabolismo social local. Miembro de la red de expertos FES Transformación. Investigador-profesor de la Universidad Central de Venezuela, presidente del Instituto Venezolano de Estudios Sociales y Políticos, y fundador del Movimiento Ecologista. Artículo publicado en https://www.fes-transformacion.org/e/emergencia-sociedad-ambiente-y-economia-una-oportunidad-para-la-tse/


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