«Cuando hablamos de cuidados, estamos hablando de la construcción de la igualdad»
Transcripción de la columna de Karina Batthyány
en InfoCLACSO – 23 de octubre de 2024
Estamos en el Mes de Los Cuidados, desde Montevideo, Uruguay, y en vísperas del Día Internacional de los Cuidados que se avecina el próximo 29 de octubre. Este año, CLACSO se sumó a la Alianza Global por los Cuidados para poner el foco en torno a la temática en cuestión.
Desde 2019 estamos impulsando en CLACSO la investigación, la formación y la incidencia en política pública en materia de cuidados, porque entendemos que esta cuestión es uno de los nudos críticos de las desigualdades de género y de las desigualdades sociales. En el último tiempo, CLACSO se ha convertido en un actor de referencia para América Latina y el Caribe tanto en investigación como en formación e incidencia en política pública en la temática. Hemos formado a una masa crítica muy importante de personas en esta materia, poco conocida algunos años atrás en el campo de las ciencias sociales, humanidades, la agenda pública y la política pública de América Latina y el Caribe.
Nuestra región está transitando hacia la construcción de sociedades del cuidado, que van registrando distintos avances como la aprobación de la Ley de Cuidados en Cuba. El tema de sociedades del cuidado surgió, por un lado, como una preocupación académica, y por el otro, de los movimientos feministas de América Latina y el Caribe, donde se dieron muchas transformaciones y los cuidados se han configurado como uno de los campos más dinámicos en términos de estudios y política pública en los últimos años.
Es importante preguntarnos el por qué de esta emergencia del cuidado como un nudo central y social en nuestras sociedades y para los países latinoamericanos y caribeños. Esto nos remite a pensar por qué el término “cuidados” ha comenzado a aparecer en primer plano en las políticas públicas asociadas a las cuestiones de género, sanitarias, protección social y educativas. Es porque se ha convertido en una dimensión clave del análisis, la investigación y la incidencia en el campo de las políticas de protección social.
En materia normativa y legislativa, se han logrado avances que reconocen este asunto del cuidado como un problema público y no ya como un tema privado, donde cada uno y cada una tenía que arreglarse como podía con sus necesidades y sus demandas de cuidados. La pandemia, en nuestra región, puso en evidencia la importancia de los cuidados para la sostenibilidad de la vida y la injusta organización social del cuidado en América Latina y el Caribe, donde se lo sigue considerando un asunto de externalidad y no un componente central del desarrollo.
Los estudios de género que provienen de nuestra región han mostrado de manera muy contundente cómo las tareas que ocurren en ese ámbito privado doméstico son absolutamente imprescindibles para el funcionamiento del sistema económico y para el bienestar social de nuestros países. Por eso, esta noción de cuidados surge para representar toda la serie de tareas que engloban la parte afectiva y relacional de las actividades de sostenimiento de la vida y de reproducción social.
En ese sentido, podemos definir el cuidado como la acción de ayudar a un niño, una niña o una persona dependiente en el desarrollo y el bienestar de su vida cotidiana. Aquí estamos poniendo el énfasis central en esa dimensión de la vida cotidiana que todos y todas tenemos y organizamos en nuestro día a día. Ello implica hacerse cargo del cuidado material, es decir, de las actividades concretas que implican cuidar a una persona. Por eso hablamos de actividades o trabajos de cuidado. Pero también representa una dimensión económica porque cuidar a alguien tiene un costo directo o indirecto al asumir esas tareas de cuidado.
Además, hay una dimensión asociada a la parte afectiva en cualquier relación de cuidado, es decir, una relación entre una persona que cuida y una persona que es cuidada. Allí la definición incluye la provisión cotidiana de bienestar físico, afectivo y emocional a lo largo de todo el ciclo vital de las personas. Porque muchas veces tendemos a pensar que el cuidado es solamente un tema para las infancias o mientras las y los niños son pequeños y adquieren autonomía.
El cuidado tiene dos elementos centrales a entender. Primero, la idea de que es una relación. Y segundo, que todas y todos somos interdependientes y que a lo largo de nuestras vidas hemos sido sujetos de cuidado y brindado cuidados. Los vínculos de cuidado no son un elemento fijo asociado a nuestra identidad. Es decir, yo no soy cuidadora de manera permanente sino que por momentos soy cuidadora y por momentos soy persona que requiere cuidados y así será a lo largo de todo mi ciclo de vida.
El cuidado se ha convertido en un objeto de estudio en América Latina y el Caribe desde el año 2000 hasta la fecha, así como en un objeto de investigación para quienes nos dedicamos a esa temática. Y es un concepto en permanente transformación, relativamente nuevo en el campo de la teoría social y que está en un proceso de construcción teórica muy fecundo en América Latina y el Caribe.
Nuestra región presenta una gran heterogeneidad en términos de la organización social del cuidado, derivada de dinámicas familiares, demográficas, mercados de trabajo y estructuras económicas muy diferenciadas en su interior, así como tradiciones desde el punto de vista de los estados latinoamericanos bastantes disímiles con fortalezas y tradiciones vinculadas a la discusión del bienestar.
A pesar de esta gran heterogeneidad, encontramos algunos elementos en común cuando hablamos de la organización social del cuidado. Sobre todo, sigue siendo una función familiar pero no de las familias en general, sino particularmente de las mujeres de los distintos tipos de familias. Siempre son las mujeres las que asumen las tareas de cuidado y esto se da puertas adentro, en el marco de los hogares o de las familias de la esfera privada. Además, estas mujeres lo realizan de manera no remunerada.
Cuando las tareas de cuidado ocurren fuera de las familias y en el ámbito de lo remunerado, esto es, en los centros de atención a la infancia o los servicios de cuidado para personas mayores dependientes, también encontramos que de manera abrumadora son las mujeres las que cuidan. Lo homogéneo en nuestra región es que el cuidado lo hacemos las mujeres.
Las encuestas de uso del tiempo nos muestran cómo las mujeres destinan en promedio casi el triple del tiempo que destinan los varones a las actividades de cuidado no remuneradas. Por tanto, si dedicamos tres veces más tiempo en promedio que los varones a las actividades en el cuidado, seguramente estamos dedicando menos tiempo a otras actividades como al trabajo remunerado, al estudio, la participación social y política. Si tengo que cuidar durante muchas horas al día probablemente no pueda insertarme en el mercado de trabajo, no tenga ingresos ni protección social y caiga en situación de pobreza.
Se vienen implementando algunas políticas de cuidado en nuestra región para aliviar o contrarrestar estas desigualdades, pero esto aún no ha permitido transformar la división sexual del trabajo en la inserción y la participación entre varones y mujeres sobre las actividades del cuidado.
Tenemos que seguir actualizando cifras para que efectivamente podamos avanzar en superar lo que denominamos la crisis de los cuidados. Esta se da frente al desajuste entre las transformaciones que han ocurrido en el ámbito de lo público y lo productivo, que no se han acompañado de las transformaciones necesarias en el ámbito de lo privado. En nuestros países, los sectores políticos frecuentemente siguen razonando como si en los hogares siempre hubiera una mujer disponible para cuidar en cualquier horario a quien lo necesite y responder a todas esas necesidades de la vida cotidiana y el bienestar de cada una y cada uno en nuestro día a día.
También hay un desajuste en la correlación entre la transformación de vida en el mundo de lo productivo para las mujeres y la transformación en términos de la participación de los varones. Quizás no estaríamos hablando de crisis de los cuidados si se hubiera dado en la misma medida una transformación en el ámbito de lo reproductivo, es decir una distribución al interior de los hogares entre varones y mujeres. Las encuestas de uso del tiempo muestran con mucha claridad que eso no ocurrió.
A su vez, no es solamente un tema a nivel micro, en la interacción dentro de los hogares, sino también a nivel macro, porque en nuestros países tampoco asumieron los Estados la parte que les corresponde en materia de tareas de cuidado. Hay una omisión en términos de la formulación de políticas públicas para responder a esa crisis de los cuidados. Por supuesto, ha habido avances en los últimos 10 años, donde empezamos a observar sistemas de cuidado (como el caso de Uruguay), políticas de cuidado a nivel nacional y local (como los casos de Colombia y Chile) o la formulación de Ley de Cuidados en Argentina, que lamentablemente no fue aprobada en el periodo pasado y en el actual ha quedado olvidada.
Uno de los grandes avances es que muchos de los países de la región reconocen el derecho al cuidado. Pero seguimos observando esa brecha profunda, que tanto conocemos las feministas, entre la declaración formal de un derecho y la posibilidad real de ejercerlo.
En Uruguay, por ejemplo, el cuidado es un derecho. Sin embargo, los recortes que se han implementado en estos últimos 5 años al sistema de cuidados impiden que todas las uruguayas podamos ejercerlo. Entonces, tenemos desafíos en términos de la redistribución, reconocimiento y revalorización de estas tareas que son centrales para la vida cotidiana de cada una y cada uno, pero también para la producción del bienestar social colectivo.
Todas y todos tenemos derecho a recibir los cuidados que necesitamos en las distintas etapas de nuestro ciclo vital. El derecho al cuidado tiene que ser garantizado por los estados. Y todas y todos también tenemos derecho a brindar cuidados cuando queramos hacerlo, para lo cual deben existir algunas políticas públicas que lo garanticen, por ejemplo licencias por maternidad y paternidad.
En el Mes de los Cuidados y el Día Internacional de los Cuidados es oportuno, primero, pensar en la visibilidad de este tema. Y segundo, pensar las políticas que puedan dar respuesta a esa necesidad. Porque el reto que tenemos por delante es cómo avanzar hacia sociedades en el que las personas a nivel individual y la sociedad en su conjunto reconozcan y valoren la importancia de los cuidados, pero sin que esto refuerce la división sexual del trabajo y la idea de que solo las niñas y las mujeres lo podemos hacer.
– ¿Qué pasa en otras partes del mundo con el debate de los cuidados?
– La cuestión del cuidado es un debate a nivel mundial. Por supuesto, hay diferencias en función de las regiones que observemos. Por ejemplo, hay una tradición en el campo europeo de políticas de bienestar muy desarrolladas que incorporan estos temas. No es este el caso de Estados Unidos, donde la discusión es más reciente incluso en los países asiáticos.
En definitiva, el tema de los cuidados está puesto en discusión en todo el mundo y en los contextos regionales. Lo que me importa destacar es esta particularidad del debate en América Latina, porque tiene un nivel de producción tanto teórico y conceptual como de innovación en materia de política pública que está siendo observado desde otras regiones.
Cuando hablamos de los temas de cuidados y bienestar social estamos hablando de la construcción de la igualdad entre varones y mujeres. Como bien sabemos, la discusión sobre la igualdad es también sobre orientaciones políticas y vaivenes ideológicos, que tan frecuentemente observamos en nuestros países latinoamericanos y caribeños. Otro elemento importante es el papel del Estado y cómo debe intervenir o no a nivel social. Esta es una vieja discusión en las ciencias sociales sobre los roles del Estado y el mercado, y la construcción de igualdad. Y cuando hablamos de bienestar social, esencialmente hablamos de Estados que lo garanticen.
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