A 59 años de la Noche de los Bastones Largos
🇦🇷 El 29 de julio de 1966, la dictadura de Juan Carlos Onganía en Argentina desató una brutal represión contra la comunidad universitaria en la denominada Noche de los Bastones Largos. Docentes, estudiantes y autoridades fueron desalojados violentamente de las universidades nacionales por defender la autonomía académica. Ese episodio marcó un quiebre en la historia de la educación superior argentina y dejó una huella imborrable en la memoria colectiva.
Hoy, 59 años después, aquella violencia estatal encuentra un eco preocupante en el contexto actual. No se trata de bastones, sino de un ajuste presupuestario sin precedentes que amenaza la continuidad y calidad del sistema universitario público.
Emergencia universitaria
En los últimos dos años, el presupuesto destinado a las universidades cayó entre un 40 y un 50 %, mientras que los salarios docentes y no docentes perdieron hasta un 45 % de su poder adquisitivo real. Esta situación ha generado un deterioro alarmante en las condiciones materiales de funcionamiento.
En muchas facultades ya no funcionan servicios esenciales como la electricidad, el gas o los ascensores. Hay clases sin luz, calefacción cortada y aulas inhabilitadas. El desfinanciamiento impacta directamente en el derecho a estudiar y a enseñar en condiciones dignas.
Una respuesta colectiva
Ante esta realidad, la comunidad universitaria respondió con una fuerza que remite también a las mejores tradiciones de lucha del pasado: se han desarrollado manifestaciones multitudinarias, ocupaciones y paros nacionales en todo el país. El reclamo es claro: defender lo público frente a un proceso de vaciamiento que avanza de manera silenciosa pero sistemática.
¿Por qué es importante recordar?
La memoria de la Noche de los Bastones Largos no es un ejercicio nostálgico. Nos alerta sobre los múltiples rostros que puede asumir la represión. Así como en 1966 se intentó acallar a la universidad con violencia física, hoy se la desmantela a través de políticas de ajuste.
La universidad pública sigue siendo un espacio de resistencia, transformación y construcción colectiva. Defenderla es también honrar a quienes la defendieron antes.
Hoy más que nunca, la comunidad universitaria y social debe movilizarse. No dejemos que silencien lo público — ni con bastones, ni con persecuciones ni con recortes
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