La cruel pandemia, crisis de la modernidad y agudización de la crisis alimentaria en el mundo. Luchas y salidas comunes

 La cruel pandemia, crisis de la modernidad y agudización de la crisis alimentaria en el mundo. Luchas y salidas comunes

Narciso Barrera Bassols[1]
Manuel González de Molina[2]
José Nelson Montoya Toledo[3]
Olga Isela Morales Villeda[4]
Shantal Meseguer[5]

Esta es la encrucijada de la historia: o la muerte o la simbiosis
Michel Serres
El Contrato Natural

La cruel pandemia, una pequeña pero dolorosa encrucijada

La gravísima situación que tanto el mundo como nuestra región latinoamericana están enfrentando en cuanto al veloz ensanchamiento y profundización de la pandemia producida por el COVID 19, responde a un conjunto complejo de impactos enmarcados en el mismo proyecto de modernidad, instalado éste como estructura dominante que asocia manifestaciones de una crisis sin precedentes, que va más allá todavía de las desigualdades generadas por el propio sistema capitalista, y que se despliega en todos los órdenes de la vida, dando como resultado una pandemia de características planetarias y de consecuencias sistémicas, aún impredecibles (CLACSO, 2020).

Las violencias estructurales de la modernidad han desencadenado una crisis civilizatoria, crisis entretejida que no puede ser comprendida desde el pensamiento fragmentado y lineal -propio del sistema hegemónico- sino desde la perspectiva sistémica y de la complejidad. Hoy, aunado al cambio climático y a la destrucción de ecosistemas, el sistema agroalimentario industrial hegemónico, ineficiente y contaminante, que promueve la mercantilización de la comida, está agudizando, de manera grave, problemas de salud asociados a la alimentación, la destrucción de formas de vida colectivas y comunitarias, y generando como consecuencia una polarización y desigualdad social y económica sin precedentes. En este cruel panorama se nos presentó el COVID-19 para terminar de develar el rotundo fracaso del proyecto de modernidad, su agricultura industrial y su sistema agroalimentario hegemónico (Taibo, 2014)[6]. En este sentido, la pandemia que hoy nos azota no es más que un reflejo de una crisis global más amplia que ya es de carácter civilizatorio, constituye una pequeña muestra que anuncia otras de mayor gravedad y contundencia (Fernández Durán & González Reyes, 2014; Álvarez Cantalapiedra, 2019)[7].

Es necesario recurrir a una revisión histórica para encontrar las pistas que nos lleven a comprender la naturaleza de esta situación emergente. Las epidemias han surgido en contextos de poblaciones sedentarias y hacinadas, en los que de manera simultánea se lleva a cabo la destrucción de los ecosistemas y hábitats de las especies silvestres, y su desplazamiento por monocultivos y animales domesticados. De esta manera, los patógenos propios de estos animales fueron mutando lentamente hasta alojarse en los seres humanos; el caso más reciente de ello lo tenemos en las gripes aviar y porcina, mismas que pasaron de estas poblaciones animales, hacinadas en centros de producción de alimentos hacia las poblaciones humanas que consumen estos productos (Wallace, 2016)[8]. Este proceso zoonótico está magnificado en las modernas ciudades, en las que habita el 70% de la población mundial. La agricultura industrial y la ganadería intensiva de confinamiento favorecen el desarrollo de patógenos mutados que pasan a las poblaciones humanas con frecuencia mal alimentadas, con índices de desnutrición debido a la carencia de minerales y otros nutrientes, con dietas cada vez menos diversas y ultra procesadas, todo ello propiciando sistemas inmunológicos deprimidos y más susceptibles al ataque de los microorganismos patógenos como el coronavirus COVID-19. Pero, ¿qué nos toca hacer frente a ello?

La emergencia de las agroecologías frente a la debacle del sistema agroalimentario corporativo

…Cuando seamos capaces de imaginar
el planeta como nuestro hogar común
y a la naturaleza como nuestra madre original,
a quien le debemos amor y respeto.
No nos pertenece.
Le pertenecemos a ella.
Cuando superemos esa cuarentena,
del virus seremos más libres ante
las cuarentenas provocadas
por las pandemias
Boaventura de Sousa Santos
La cruel pedagogía del virus

Desde hace décadas, la agroecología ha llamado la atención sobre los riesgos e inviabilidad de mantener un sistema agroalimentario industrializado y ha ofrecido -gracias al trabajo de agricultores, investigadoras, movimientos sociales, pueblos campesinos u originarios, nuevos campesinados urbanos y juventudes que retornan al campo- una serie de alternativas al sistema agroalimentario hegemónico, pero también al sistema político-económico prevaleciente (Rosset & Altieri, 2018)[9]. La seguridad y soberanía alimentarias han sido enarboladas mediante el diseño de agroecosistemas sustentables, la creación de sistemas agroalimentarios alternativos, redes de consumo y mercados solidarios en circuitos cortos; todo ello, mediante el intercambio de conocimientos, saberes y experiencias con métodos horizontales, la protección de la diversidad biocultural y planteamientos científicos que retan o evidencian los preceptos de la ciencia occidental y su pliegue al mismo sistema global y hegemónico (López & López, 2003)[10].

En este sentido, las consecuencias sistémicas de la pandemia del COVID 19 que, como toda crisis o punto de ruptura, también dan cuenta de procesos que se bifurcan en la búsqueda de posibles salidas -en plazos de corta, mediana y larga duración- (IPES-Food, 2020)[11] y que resultan hoy una “cruel pedagogía” que nos revela el empeoramiento de la ya de por sí grave situación a la que ha sido sometida la población mundial, mediada por la incapacidad del Estado para responder ante tal emergencia (Robinson, I. II, III, 2020)[12]. Es revelador reconocer que el mundo ha vivido durante los últimos 40 años en un estado de crisis permanente, tal y como lo sugiere el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos (2020: 19)[13], dicha situación se agrava más con la expansión de la pandemia, legitimando la aguda y catastrófica concentración de la riqueza y, de seguir así, la inminente profundización de la crisis ecológica. En este sentido, la prolongación del injusto sistema agroalimentario global o corporativo, al adaptarse a estas nuevas condiciones post-pandemia a las que se les ha llamado “la nueva normalidad”, ofrece solamente un único y controlado camino en el que intentarán consolidarse las grandes corporaciones, emulándose como garantes de la seguridad alimentaria, para sostener el sistema global en su conjunto. Más de un mismo, pero actualizado, sendero con sus agravadas consecuencias.

En sentido contrario, las enseñanzas de esta “cruel pedagogía”, resultan camino fértil para fortalecer los sistemas agroalimentarios alternativos impulsados por las agroecologías, como más adelante veremos. En el corto plazo, las consecuencias resultantes del COVID 19, ampliarán la injusticia alimentaria de múltiples maneras: desabasto, reducción drástica del acceso a alimentos por carencia de medios económicos, ensanchamiento de la pobreza, enfermedades y hambruna para un creciente sector de la sociedad global. Sin embargo, las enseñanzas que aparecen y devendrá de ello, posibilitan, frente a la coyuntura, el fortalecimiento de transiciones en camino hacia las soberanías alimentarias localizadas, su masificación a partir de la necesidad de cuidar la vida y los territorios en donde ésta se recrea, y con ello el fortalecimiento y escalamiento de otros mundos alimentarios posibles (Altieri & Nichols, 2020; Mier y Terán et al., 2018; Ferguson et al., 2019; Zibechi, 2020)[14]. De la pandemia y sus impactos resultan entonces opciones para reorientar derroteros a favor o en contra de la vida misma. Ello posibilitará activar la imaginación colectiva y la capacidad política detentada por quienes desean cuidar la vida comunitaria, en toda la extensión de la palabra (Lianke, 2020; Roy, 2020; CONAIE, 2020)[15]. Este bifurcado sendero abrirá o crispará tensiones y disputas, batallas aún por venir; sin embargo, el espectro de alternativas posibles permite mirar horizontes de utopías realizables y cuyos ejemplos demuestran que el futuro está aquí y ahora, enraizando nuevas formas de vivir, comer, sanar y amar para resistir, confrontar la crisis y alimentar el hambre por la vida con dignidad y justicia (Pacto Ecosocial del Sur, 2020; Svampa, 2020; Holt-Giménez, E. & R. Patel, 2012)[16].

La crisis global que hoy nos afecta, nos ha comprometido a profundizar nuestra reflexión y práctica renovadora frente a los retos que se avecinan para salir de ella, con la idea de reaprender –mediante el diálogo, el debate y la escucha- a repensarnos y reconstruir formas comunes de vida social. Salud, reproducción, dignidad y esperanza deberán tener como centro los cuidados por la vida personal y colectiva (Herrero, Cembranos & Pascual, 2011)[17] y a quienes cuidan. Por ello mismo, resulta necesario responder a la emergencia actual y a la de la post pandemia, ya que consideramos que, en el corto plazo, se acentuará una crisis alimentaria, socioecológica y económica, así como la emergencia de sistemas gubernamentales más autoritarios y nuevas formas de control de la población, y de embate contra los movimientos sociales, dada su incapacidad para resolver el aumento de las demandas por el bienestar y garantía de los derechos, ante ello el pluriverso de movimientos por la soberanía alimentaria y los de defensa del territorio se verán amenazados aun cuando sus perspectivas, conocimientos y prácticas que abonan a mitigar y superar la crisis, resultan cruciales pues nos va la vida en ello (Prats, Herrero & Torrego, 2016)[18].

Pero ¿qué es la agroecología, o mejor dicho, que son las agroecologías?

Históricamente,
las pandemias han obligado
 a los seres humanos
 a romper con el pasado
e imaginar su mundo de nuevo.
Esta no es diferente.
Es un portal.
Una puerta entre
un mundo y el siguiente.
Arundhati Roy
La pandemia en el portal
Frente al portal

El mundo se encuentra inmerso en una profunda crisis de naturaleza global, conformada por diferentes dimensiones que incluyen la ecológica, la social, la económica, la cultural, la política y la ética; una problemática compleja considerada como la crisis de la modernidad (Touraine, 1994)[19]. Dicha crisis resulta de una abigarrada combinación de una multiplicidad de crisis entretejidas e indisociables a nivel planetario, tal complejidad incluye la pérdida de orientación y sentido de la ciencia, la técnica y la producción/consumo; todas ellas, centradas en el paradigma del desarrollo con crecimiento para el progreso y la mercantilización del conocimiento, llevando a la humanidad al abismo. Esta combinación multidimensional de la crisis permite señalar que su carácter global es la evidencia más generalizada y tangible de la crisis del proyecto civilizatorio occidental o moderno (Morales, 2011)[20].

El sistema agroalimentario global se encuentra también, y como consecuencia, en una crisis severa provocada por el agotamiento de sus posibilidades productivas, por sus efectos ambientales, en salud y sociales, y por su incapacidad para cumplir las tareas para las que fue retóricamente diseñado y posicionado como el único posible. Mientras que una franja muy importante de la población mundial no alcanza las calorías mínimas para el mantenimiento de su organismo, convirtiendo el hambre y la desnutrición en un fenómeno estructural, amplios sectores de la población de países ricos y pobres están afectados por sobrealimentación o mala nutrición, sufriendo por ello graves problemas de salud y suponiendo un extraordinario gasto a los de por sí ya desmantelados sistemas sanitarios nacionales, entre otros de bienestar o seguridad social (Bello, 2012; González de Molina, 2011)[21],[22].

No obstante, como mencionan Toledo y Ortiz (2014)[23], esta crisis civilizatoria encuentra su contraparte en el surgimiento, multiplicación y expansión de proyectos alternativos realizados por diversos conglomerados sociales a las escalas local, municipal, regional, nacional e internacional (por ejemplo, su integración en la Vía Campesina), que aparecen en calidad de propuestas contra-hegemónicas y emancipadoras al proceso global de deterioro ecológico, alimentario y social que predomina en gran parte del planeta (Holt-Giménez, 2011)[24]. En general, estos proyectos son consecuencia de la resistencia social y tienen varios rasgos compartidos, como el ser enarbolados bajo formas de democracia participativa, desarrollados de manera relevante por mujeres, jóvenes y pueblos indígenas, con apoyo de científicas, técnicos y ambientalistas comprometidos políticamente, realizados mediante prácticas ecológicamente adecuadas y bajo modalidades colectivas de organización productiva y de consumo culturalmente adoptados, mismas que ponen en práctica economías solidarias de circuitos cortos, que se manifiestan de muy diversas maneras, y que incluyen una gama compleja de diversos actores en su participación (Toledo, 2019)[25].

Estos proyectos sociales confluyen en variadas zonas rurales y urbanas de México, de Latinoamérica y del mundo, vinculados nominalmente, ideológicamente o mediante la práctica cotidiana con la agroecología, considerando las definiciones más recientes e integradoras del concepto y enfoque (Toledo & Barrera-Bassols, 2017)[26]. Debido a ello, es importante mencionar que existen diversos conceptos de la agroecología como una inter-ciencia basada en el diálogo o en el inter-conocimiento, como un conjunto de prácticas que se realizan de manera cotidiana, así como un movimiento social con componentes políticos fuertemente enraizados en los territorios (Wezel et al., 2009; Giraldo y Rosset, 2017, entre otros)[27].

La agroecología es tanto una ciencia nutrida por un pluriverso de saberes como un conjunto de prácticas. Como ciencia se basa en la aplicación de la ecología al estudio, diseño y manejo de agroecosistemas sustentables (Altieri, 2002)[28]. Sin embargo, aún requiere de la necesaria y cabal comprensión de las ontologías relacionales procuradas históricamente por la pluriversidad de mundos, más allá de la concepción moderna y occidental basada en el argumento de que el mundo-está-hecho-de-un-solo-mundo (Escobar, 2019)[29]24. Sin embargo, un objetivo principal de esta agroecología es ir más allá de las prácticas agrícolas alternativas para desarrollar agroecosistemas, paisajes y territorios centrados en la pluriactividad, en el ensanchamiento de la agrobiodiversidad con una mínima dependencia de agroquímicos e insumos de energía, y en el diseño de sistemas agroalimentarios alternativos basados en un manejo integrado de sus diferentes actividades y procesos (producción, distribución, transformación, intercambio y consumo), todos ellos adaptados, mejorados y situados con el fin de conseguir soberanías alimentarias, en salud, energéticas y de cobijo en el territorio, y en diversas etapas de transición (Altieri, 2002)[30].

Altieri y Toledo (2011)[31], mencionan que los sistemas agroecológicos están profundamente arraigados a la racionalidad ecológica de la agricultura tradicional. En este mismo sentido, Toledo y Barrera-Bassols (2008)[32], demuestran que existen muchos ejemplos de sistemas agroalimentarios de carácter campesino que, a lo largo de la historia y hasta el día de hoy, han sido exitosos y resilientes, debido al mantenimiento y enriquecimiento de la diversidad de semillas, cultivos, animales domesticados, manejos agroforestales y al uso múltiple de sus paisajes. Todo ello, mediante el mantenimiento y mejora de las condiciones edáficas, de sistemas de gestión del agua, de las prácticas de agro-biodiversidad y, como resultado de esta compleja trama de conocimientos y prácticas, la re-creación de una diversa culinaria adaptada culturalmente, caracterizada por los ciclos estacionales y rica en nutrientes y sabores.

Así, también la agroecología atiende las necesidades alimenticias a partir del fomento de la autosuficiencia basada en un metabolismo socio-ecológico centrado en lo orgánico, promoviendo la producción de alimentos en las comunidades y sosteniendo economías campesinas mediante intercambio o comercialización en circuitos cortos (González de Molina & Toledo, 2011)[33]. Éste es un enfoque inacabado que privilegia mucho lo local, al estar encaminado al abastecimiento de los mercados locales que acortan los circuitos de producción y consumo de los alimentos, evitando con ello el dispendio de energía que implicaría el traslado de éstos desde lugares distantes (Altieri y Toledo, 2011)[34].

De esta manera, los ámbitos de estudio y acción de la agroecología se han ampliado considerablemente, al pasar de los agroecosistemas al sistema agroalimentario en su conjunto, al transitar del terreno netamente agrario al terreno político-territorial (González de Molina, et al., 2020)[35]. Por ejemplo, los nuevos proyectos agroecológicos tienen en común lo siguiente: producción de alimentos en diversos contextos (rurales, urbanos, periurbanos), producción de alimentos sin residuos tóxicos, creación de redes solidarias de productores y consumidores y de la emergencia de prosumidores, es decir, de colectivos y personas que consumen lo que producen, la generación de nuevas formas y nichos de mercado mediante la regeneración de sinergias que sostienen sistemas alimentarios de circuitos cortos y no basados exclusivamente en intercambios monetarios, sino en el intercambio de bienes comunes mediante acciones de reciprocidad comunitaria, así como en la generación de espacios en donde se construye y reconstruye el tejido social, se fomenta la colectividad y el cooperativismo, y en donde se intenta reconstruir una ciudadanía más informada y con conciencia político ambiental. Por ello, han emergido nuevas definiciones más integradoras del concepto de agroecología basadas en las personas, colectividades, convivialidades y de carácter político (Giraldo, 2016)[36].

Un ejemplo de ello es la definición de Gliessman y colaboradores (2007)[37], para quienes la Agroecología es “la aplicación de los conceptos y principios ecológicos al diseño y manejo de sistemas alimentarios sostenibles”, que significa, por un lado, ampliar su objeto de estudio a todos los procesos involucrados en la alimentación, cuestión absolutamente necesaria para un enfoque amplio y complejo del problema. Ciertamente, la principal vocación de los sistemas agrarios es la producción de alimentos, pero la solución integral, va desde la producción hasta el consumo, “desde la huerta a la mesa”, pues esta mirada del problema alimentario es esencial para el diseño y escalamiento de sistemas agrarios sustentables (González de Molina, 2013)[38].

Su vocación es el análisis de todo tipo de procesos agrarios en su sentido amplio, donde los ciclos minerales, las transformaciones de la energía, los procesos biológicos y las relaciones socioeconómicas son investigados y analizados como un todo (Altieri, 1995)[39]. Ello incluye la comprensión cabal del sistema agroalimentario hegemónico global y sus impactos, y también de aquellos que ofrecen conocimientos y recursos técnicos para su adaptación e innovación hacia sistemas agroecológicos basados en el territorio, adaptados culturalmente, justos y soberanos. Por ello hablamos de agroecologías en plural o de la existencia de un pluriverso de agroecologías en marcha, configuradas y enarboladas por sectores de la sociedad que están en movimiento hacia la construcción de otros mundos posibles; mundos en transición, mundos en transformación.

Las agroecologías son, además, tal y como lo menciona (Sevilla, 2018)[40] estrategias de enfrentamiento al desarrollo del capitalismo en el cuidado de lo que nosotros entendemos como naturaleza, sostenidas por formas de acción colectiva que buscan descentrar la lógica del lucro del mercado. La dimensión política de la agroecología es esencial, pues una agricultura ecológica despolitizada se adapta o copta fácilmente por el agronegocio. Las agroecologías ponen la vida en el centro con todo lo que esto implica, resultando culturas de los cuidados (de la tierra, de los seres vivos y del planeta), con una muy amplia y profunda participación de las mujeres y de la comunidad o el colectivo. En ese sentido, las agroecologías son políticas, o no son agroecologías (Toledo & Barrera-Bassols, 2017)[41].

Las agroecologías son políticas, o no son agroecologías

Llamamos a no perder el contacto humano.
Sino cambiar temporalmente las formas para
sabernos compañeras, compañeros, compañeroas.
Hermanos, hermanas, hermanoas.
Las palabras y el oído con el corazón.
Tienen muchos caminos, muchos modos.
Muchos calendarios y muchas geografías
para encontrares. Y esta lucha por
la vida puede ser uno de ellos.
EZLN
Voces en tiempos de pandemia
Frente al portal

¡Movimientos alimentarios del mundo, uníos!, señala el título de un libro que da cuenta de un creciente número de acciones colectivas en defensa de una comida sana, una soberanía alimentaria y, muchos de ellos, especialmente en América Latina y en México, en defensa de la soberanía territorial[42]. Frente a los perversos efectos causados por el sistema agroalimentario industrial –hegemónico y global- en la salud del planeta y de los miles de millones de personas que la habitan en la actualidad, dichos movimientos han adquirido una enorme relevancia política debido al ensanchamiento del hambre y la enfermedad, la erosión de los suelos, la deforestación y la pérdida de tierras y los territorios ancestrales. En razón de ello, las agroecologías han puesto en escena un enfoque transdisciplinario e intercultural que propone la restauración de los sistemas agroalimentarios locales y territoriales centrados en volver a vincular los paradigmas de la agronomía y de la ecología como una suerte de biomímesis, esto es, el acto de imitar a la naturaleza como camino hacia la reconstrucción de los sistemas productivos humanos, con el fin de hacerlos compatibles con la biósfera, a decir del filósofo Jorge Riechmann[43]. Algo que bien conocen nuestros pueblos ancestrales y que pese a las múltiples formas de epistemicidio resiste y se renueva en ámbitos cada vez más íntimos.

Las agroecologías como inter-conocimiento restablecen dichos vínculos asumiendo dos postulados. El primero de ellos es el reconocimiento de que la naturaleza, tal cual la concebimos ahora, es el resultado de un largo y abigarrado proceso de experimentación para la continuación de la vida, cuya inteligencia y capacidad de adaptabilidad se despliega ante la azarosa sorpresa, ha logrado sostenerse a lo largo de miles de millones de años, favoreciendo el ensanchamiento de la biodiversidad y lo que ello implica. El segundo postulado reconoce que, a lo largo de la historia humana, nuestra especie ha sido capaz de adaptarse a dicha complejidad e inclusive enriquecer mediante su inteligencia y habilidades la diversidad de la vida, creando nuevas especies, paisajes, conocimientos y ontologías. Dicha memoria biocultural reside fundamentalmente en los pueblos y comunidades agrarias que, al tener una relación directa con lo que denominamos como naturaleza –o los más que humanos- han sabido recrear dicha riqueza que se representa como agrobiodiversidad, bajo complejos procesos de recreación biomimética. Así, y aunque la agroecología como un abigarrado tejido de inter-saberes es una novel inter-disciplina/práctica aún en construcción, su definición más avanzada es la que postula como sus principales fundamentos epistemológicos, su ineludible vínculo entre conocimientos, prácticas o vida cotidiana y movimientos sociales.

Las agroecologías como prácticas territorializadas o situadas incluyen la reorganización de los tejidos sociales, la recuperación de la memoria biocultural o su adaptación como una especie de etnogénesis y el reforzamiento de lo colectivo fortalecen los vínculos comunitarios en defensa del bien común. Pero fundamentalmente resultan actividades emblemáticas en la reorganización de nuestras formas o estilos de vida que, frente a la crisis ecológica y civilizatoria –y las que hoy sufrimos con esta cruel pandemia- fortalecen la autocontención frente al derroche como sentido precautorio en la preservación de la vida. En este sentido, la soberanía alimentaria como un derecho humano es fundamentalmente de orden político. Este derecho inalienable conduce a nuevas formas de valoración del sentido de vivir bien y con dignidad que, junto con los derechos a las soberanías energéticas, en salud y de cobijo, constituyen las narrativas y prácticas que enarbolan los movimientos sociales de un creciente número de colectivos en resistencia y defensa de la tierra, la alimentación y el territorio, tanto en las ciudades como en el campo. Y es aquí en donde el pluriverso de agroecologías -como inter-saberes, prácticas y movimientos sociales situados- están jugando un papel estratégico, al convertirse en nuevos paradigmas sociales que se están popularizando, masificando y articulando, tal y como lo señala el título del libro arriba mencionado exclamando ¡uníos!

Agroecología y política se revelan entonces como una comunión inextricable, debido a que el acto de comer es un hecho político y cultural inconmensurable. O puesto de otra manera, todo acto humano –y no humano- pasa por el estómago. Es así como el vínculo entre las agroecologías, lo político y el despliegue de las políticas territorializadas, ha requerido de un esfuerzo de síntesis que supera el énfasis inicial, dirigido exclusivamente a la averiguación técnica, centrada en la parcela y en el humano como productor o productora. La agroecología política, comprende un novedoso aunque incipiente enfoque transdisciplinario que no solamente permite el necesario estudio crítico del sistema alimentario agroindustrial hegemónico con sus entramados institucionales y financieros, y sus múltiples impactos que afectan la salud ecosocial, sino que también afianza las articulaciones entre academia y movimientos sociales al proveer de instrumentos para el análisis de las articulaciones entre diferentes actores involucrados, sus maneras institucionales de actuar y sus reivindicaciones económicas, políticas y culturales. En síntesis, la agroecología política emerge como un enfoque inter-saberes que privilegia el análisis para el fortalecimiento de las transiciones agroecológicas que enarbola el muy diverso movimiento social en defensa de la vida digna, especialmente en América Latina. Pero ¿cuáles son los fundamentos teórico-conceptuales de la agroecología política?

¿Qué es la Agroecología Política? La definición más simple es la aplicación de la ecología política al campo de la agroecología o el maridaje entre ambas. Si la ecología política estudia el cambio socioecológico en términos políticos e institucionales, podríamos decir que la agroecología política es la interdisciplina que se ocupa del diseño y producción de acciones, instituciones y normas tendientes al logro de la sustentabilidad agraria. Pero la agroecología política no es solo un campo de investigación. Es también una ideología que, en competición con otras, se dedica a difundir y disputar la hegemonía de una nueva forma de organizar los agroecosistemas –o la relación entre humanos y no humanos- basada tanto en el paradigma ecológico, en la sustentabilidad como en la crítica decolonial y antipatriarcal.

El vínculo entre lo político, las políticas y las agroecologías resulta inextricable. Sin embargo, la necesidad de lo político y las políticas, y todo lo que ello conlleva, no ha sido completamente interiorizada por los distintos actores que conforman el movimiento agroecológico latinoamericano. Entre tanto, las visiones puramente “técnicas” de la agroecología científica se están volviendo cada vez más influyentes. O bien, el emergente proceso de cooptación de sus paradigmas y prácticas por parte de las corporaciones en búsqueda del ensanchamiento de su perversa acumulación y despojo, misma que se acelera con la pandemia para reproducir su propia lógica imperial (Alonso-Fradejas, A. et al. 2020)[44]. Ignorar lo político y la política, o relegarlas a un lugar secundario, impide que las experiencias agroecológicas –habitualmente confinadas en el ámbito del predio o, a la sumo, de la comunidad- alcancen la amplitud, tamaño y fuerzas necesarias para devenir en alternativas al régimen alimentario dominante. Por ello, resulta necesario establecer un marco común para la acción colectiva agroecológica, para sentar las bases teórico-conceptuales y metodológicas para la elaboración de estrategias agroecológicas que tomen en cuenta los diferentes niveles en los que se considera la acción colectiva y los diferentes instrumentos con los que ésta se puede desenvolver. El análisis de la importante experiencia ya acumulada en este ámbito a lo largo y ancho de América Latina y el Caribe, debe ser una de las tareas principales a realizar de manera dialógica. Ello responde a la creciente demanda y diversificación del movimiento agroecológico en la región, cada vez más involucrado en ámbitos de actuación que exceden la finca o la comunidad, entre ellos los movimientos feministas, estudiantiles, ambientalistas en sus intentos por re-politizar los distintos ámbitos de la vida.

¿Qué papel juegan las mujeres, los pueblos indígenas, afrodescendientes, campesinas y campesinos en las transiciones agroecológicas y su escalamiento? ¿Cuáles son las narrativas y prácticas de estos sujetos políticos? ¿Cómo se organizan e inciden en las transformaciones alimentarias y territoriales? ¿Qué papel juegan y cómo podrían incidir de manera efectiva en la construcción de planes agroecológicos a diversas escalas y su rol frente a la creación de los programas nacionales de agroecología, para su propio beneficio? ¿Por qué sus luchas constituyen la vanguardia de los movimientos sociales tanto en el campo como en la ciudad, pero también la retaguardia de prácticas que se están haciendo desde hace tiempo y que ahora se visibilizan cada vez más en lugares impensados? Sin duda algunas estas y otras preguntas requieren de un análisis desde la agroecología política y constituyen el eslabón de una necesaria pero creciente y urgente vinculación política entre academia, práctica y movimiento social.

Un breve pero corazonado cierre…

Proyectar una salida a esta crisis que no sea
una vuelta atrás a la salvaje normalidad capitalista,
sino un camino hacia la sociedad distinta.
Ello será posible si tomamos lo mejor
de nosotros como pueblos,
los lazos comunitarios
y de unidad popular territorial,
y regional, que alimentemos durante esta batalla.
Serán parte del tejido que construya
 los horizontes de transformación del Abya Ayala.
CONAIE et al.

Llamamiento de los pueblos originarios,
Afrodescendientes y las organizaciones
 populares de América Latina.
Frente al Portal
Voces en Tiempos de Pandemia 2020

Vivimos momentos de encrucijadas que se entretejen indicando nuevos o renovados derroteros en una situación cada vez más riesgosa, que nos interpela a ensanchar los tejidos de la vida para seguir criándola. Los caminos de dicha bifurcación están ya aquí y ahora, pues no habrá justicia global sin justicia cognitiva y ontológica. Reducir los efectos de esta pandemia es ampliar los horizontes civilizatorios y esto resulta imprescindible, simplemente porque se nos va la vida. Frente a esto, nuevas preguntas surgen hoy por la pandemia COVID 19 que sufrimos y otras que se piensan como resultado posterior de esta cruel coyuntura, sus efectos en las interacciones sociales y de ecodependencia, así como la inminente crisis alimentaria por venir en el corto plazo. Si bien esta “cruel pandemia” que nos azota agudizará el hambre, la enfermedad y la pobreza, también, por sus mismos impactos y como un “cruel aprendizaje o pedagogía”, posibilita una coyuntura crítica que, en principio, favorecería las transiciones agroecológicas enarboladas por los movimientos sociales articulados de manera creativa por la acción colectiva del creciente número de agroecólogas y agroecólogos con pensamiento crítico, formados en instituciones, en la práctica o en los propios movimientos, comprometidos con la transformación radical de nuestra región y la del planeta entero. En este sentido el pluriverso de agroecologías políticas nos conduce a corazonar un mundo-en-donde-quepan-muchos-mundos (agroecológicos), Y por ello reiteramos ¡Movimientos alimentarios del mundo, uníos ahora!


[1] Coordinador Grupo de Trabajo CLACSO Agroecología Política. Universidad Autónoma de Querétaro, México.

[2] Integrante Grupo de Trabajo CLACSO Agroecología Política. Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, España.

[3] Integrante Grupo de Trabajo CLACSO Agroecología Política. Universidad Autónoma de Chapingo, México.

[4] Integrante Grupo de Trabajo CLACSO Agroecología Política. Universidad Pablo Olavide de Sevilla, España.

[5] Integrante Grupo de Trabajo CLACSO Agroecología Política. Universidad Veracruzana Intercultural, México.


[6] Taibo, C. 2014. Colapso. Capitalismo, transición ecosocial, ecofascismo. Los Libros de la Catarata. Madrid. 223p.

[7] Fernández Durán R. & L. González Reyes. 2014. En la espiral de la energía. Historia de la humanidad desde el papel de la energía (pero no solo). 2 vols. Libros en Acción/ Baladre. España; Álvarez Cantalapiedra, S. 2019. La gran encrucijada. Crisis ecosocial y cambio de paradigma. Ediciones HOAC. Madrid. 206p.

[8] Wallace, R. 2016. Big farms make big flu. Dispatches on infectious disease, agribusiness and the nature of science. Monthly Review Press. New York. 456p.

[9] Rosset, P. M. & M. Altieri. 2018. Agroecología. Ciencia y política. Icaria Editorial. Barcelona. 206.

[10] López García, D. & López López A. 2003. Con la comida no se juega. Alternativas autogestionadas a la globalización capitalista desde la agroecología y el consumo. Traficantes de Sueños. Madrid.

[11] IPES-FOOD. 2020. Comunicado. El COVID 19 y la crisis en los sistemas alimentarios: síntomas, causas y posibles soluciones. Comunicado del Panel Internacional de Expertos sobre Sistemas de Alimentación Sostenible. IPES-Food. Abril de 2020. http://www.ipes-food.org/_img/upload/files/COVID-19_CommuniqueES%281%29.pdf

[12] Robinson, W. 2020. Global capitalist crisis deadlier tan Coronavirus (I. II. III). ARENA online, Abril, 2020. https://arena.org.au/global-capitalist-crisis-deadlier-than-coronavirus-part-i/; https://arena.org.au/global-capitalist-crisis-deadlier-than-coronavirus-part-ii/;https://arena.org.au/global-capitalist-crisis-deadlier-than-coronavirus-part-iii/

[13] Santos de Sousa, B. 2020. La cruel pedagogía del virus. CLACSO. Buenos Aires. 85p.

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