Esas muertes que nos dejan sin aire

Mara Viveros Vigoya1
Racismo e interseccionalidad en los tiempos del Covid-19
El Black Feminism nos ha enseñado una manera de pensar el sexismo, el clasismo y el racismo en conjunto, en su carácter intersectado y profundamente entrelazado, y un modo de luchar en contra de ellos a la vez.
El pasado 25 de mayo, en Minneapolis, George Floyd, un hombre African American de 46 años, fue arrestado bajo sospecha de haber usado un billete falso de 20 dólares en un supermercado; colocado en el suelo frente al vehículo de cuatro policías blancos que intervinieron para arrestarlo, fue sofocado por la rodilla de uno de ellos, apretada fuertemente en su garganta durante aproximadamente ocho minutos, mientras decía que no podía respirar. Poco después de ser llevado por una ambulancia fue declarado muerto.
A partir de la difusión en las redes sociales del video que grabó la escena, se produjo una ola de manifestaciones y protestas que se fue expandiendo a otras ciudades de Estados Unidos y del mundo. El hecho causó conmoción por varias razones: la primera, porque pudo objetivarse la forma en que fue arrestado y en que los oficiales de la policía desatendieron con indiferencia sus súplicas por su vida. “No puedo respirar”, fueron sus últimas palabras, escuchadas por testigos de la escena; las mismas, exactamente, que había repetido once veces en 2014 Eric Garner, otro afroamericano, al policía que le rodeó el cuello con el brazo para controlarlo, y quien murió después de su arresto. Tenía 44 años y vendía cigarrillos en una acera en Nueva York.
La semejanza entre estos dos casos de violencia policial y sus conexiones con una larga historia de vejaciones, deshumanización y terror infligida sobre los hombres negros con el fin de oprimirlos, a ellos y a sus comunidades, es, sin duda, la segunda razón de la explosión de ira que se ha desatado. Estas escenas, desgarradoras, no son hechos aislados ni nuevos: la lista de hombres negros de todas las edades, en distintos momentos de la historia estadounidense, de personas negras transgénero y no conformes con el género, víctimas de la brutalidad policial, es excesivamente larga; y demasiadas madres en la comunidad afroamericana siguen estando obligadas a enseñar a sus hijos, desde una temprana adolescencia, cómo comportarse en la calle, cómo vestirse y qué hacer mientras corren en un parque para no despertar sospechas y no convertirse en el blanco de errores que podrían costarles sus vidas.
La tercera razón es el contexto social en el que sucede este asesinato: el de la pandemia del Covid-19 que puso al desnudo la desproporción en la distribución étnica de las aproximadamente 100.000 víctimas de la epidemia del virus en los Estados Unidos. Las personas African American tienen casi tres veces más probabilidades de morir por el virus que los miembros de las comunidades blanca, latina y asiática del país. Y más comorbilidades, como diabetes y obesidad, ligadas a la pobreza. Clase y raza están estrechamente relacionadas en los Estados Unidos en las desigualdades que organizan esta sociedad y entrelazan racismo, desempleo, carencia de un sistema de salud adecuado y un alojamiento digno, números desproporcionados de hombres, mujeres y niños afroamericanos detenidos y sentencias judiciales más duras y largas. Nadie puede ignorar hoy la línea de color que sigue fracturando la sociedad estadounidense ni esa vieja cólera contra años de maltrato y discriminación que se expresa en las protestas callejeras, incluso en medio de una pandemia y a sabiendas de que la comunidad afroamericana es la más amenazada por ella.
Las masivas protestas ─ancladas en conexiones transnacionales de base y circuitos que no corresponden a la organización de los Estados─, en Ámsterdam, Toronto, Sídney, París, Berlín, Copenhague, Dublín, Cracovia y Milán se entroncan con casos locales de discriminación racial. La muerte de George Floyd ha transformado en consigna su última frase y su figura en símbolo de una lucha histórica que se ha reactualizado y que ahora es bandera de protesta no de un solo grupo racial sino de todas las personas conscientes de que la lucha contra el racismo es un asunto de todas y todos.
Esperemos que la pregnancia de estos hechos permita comprender lo que está en juego detrás de situaciones que son descritas también en nuestro país, Colombia, como casos aislados y sin importancia: un ejemplo de ello es la reciente muerte en Puerto Tejada (Cauca) de Anderson Arboleda, joven futbolista afrodescendiente, quien falleció tras ser golpeado por un policía. El bolillazo en su cabeza fue la respuesta del patrullero a la protesta de Anderson contra un comparendo que le pusieron por el supuesto incumplimiento del aislamiento nacional preventivo en el marco de la pandemia. Ni la Policía, ni la administración municipal se han pronunciado hasta el momento sobre lo ocurrido. Pero la comunidad local, los vecinos, las mujeres y hombres de su familia sí lo hicieron y claman justicia.
El dolor y la indignación causados por estas muertes está abriendo, paradójicamente, algunas compuertas alentadoras. Las expresiones de solidaridad, las protestas callejeras desafiando no solo la policía sino la enfermedad, la movilización política, la no aceptación del silenciamiento de noticias como la de la muerte de Anderson Arboleda, de los asesinatos políticos de líderes y lideresas afrodescendientes, de las condiciones de vida de las comunidades afrodescendientes que agravan los impactos del Covid-19, son un acto de resistencia contra las lógicas de muerte y la naturalización, negación o minimización del racismo sistémico y cotidiano. Los movimientos negros y sus aliados y aliadas de todos los grupos étnico-raciales, a nivel global y local están fisurando ese bloque macizo de indignante injusticia que nos oprime y nos deja sin aire.
1- Escuela de Estudios de Género, Universidad Nacional de Colombia
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