Coronavirus, ciencias sociales y política
José Maurício Domingues[1]
La crisis del nuevo coronavirus está colocando todo de patas para arriba. ¿Cuáles pueden ser las contribuciones de las ciencias sociales sobre esto? ¿Tendrá alguna utilidad lo que tienen para decir? Si es así, ¿cómo se relaciona con la política actual?
Primero, vale la pena recordar el análisis de Ulrich Beck sobre la sociedad del riesgo, que discutió desde 1986 y en sus libros consecutivos, asumiendo un carácter claramente global. Se refería al medio ambiente, las infecciones, la inestabilidad en la vida familiar y el mercado laboral. La teoría mezclaba peras con manzanas, pero, en lo relativo al coronavirus, su presciencia fue radical. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha referido a las pandemias como un riesgo global desde hace algunos años. Su último documento enfatizó que los gobiernos estaban muy atrasados en la preparación para una probable pandemia. El propio modelo “westfaliano” en el que se basa la OMS –es decir, que depende de los estados nacionales–, limita sus acciones, incluido el monitoreo, como se vio en el caso del intento chino de minimizar inicialmente el problema, y frente al cual poco pudo hacer.
Sin embargo, el hecho es que el riesgo ya no es simplemente un riesgo y se convirtió en una amenaza concreta para las personas y las poblaciones de cada país del planeta. Si la lucha contra el virus dentro de cada uno de ellos es decisiva, solamente la coordinación internacional, con cambios en la forma de administración de la salud global, permitirá sistemáticamente superar esta pandemia y, sobre todo, evitar que otras ocurran. No se trata de falta de capacidades. Por lo tanto, primero es necesario reconocer que la sociedad del riesgo es brutalmente real y que éstos dependen de la percepción socialmente construida, pero también asumen una configuración muy material: llegan a matar. También es necesario reconocer y valorar la idea de que las poblaciones nacionales tienen derecho a la seguridad frente a las pandemias, como lo hicieron incluso Macron y Trump, y que estamos juntos en el mismo barco global ante los riesgos y las amenazas. El nacionalismo no es una solución, las ciencias sociales pueden afirmarlo. Pero Beck también advirtió sobre las desigualdades sociales y cómo ellas están vinculadas al riesgo. En todo el mundo, dramáticamente en Brasil y en varios otros países de la periferia, la exposición desigual al coronavirus lo demuestra.
Podemos también ver un retorno explícito del Estado al centro del tablero. Contrariamente a la retórica neoliberal e incluso a argumentos de la izquierda, el Estado nunca dejó de tener un poder espantoso: por el contrario, sus capacidades continúan aumentando. Recaudación de impuestos (cuando lo quiere y distribuido de diferentes maneras); administración (debido a su burocracia, con su capacidad logística y alianza con los agentes societales, así como la dirección del gasto); capacidad de moldear la subjetividad individual y colectiva, simbólica y de conductas, a través de las leyes y de sus dispositivos; vigilancia (creciente), coerción (siempre al acecho) e intervención en el mundo material (construyendo hospitales o prisiones, invirtiendo en ciencia y tecnología o en la policía, decidiendo a quién da crédito, a quién contrata y a quien paga): estas capacidades que los estados modernos siempre han demostrado son enormes hoy en día. La forma en que los estados las utilizan y las movilizan varía. Hasta ayer, el credo neoliberal daba las cartas. Ahora, estas capacidades se movilizan a gran escala para enfrentar la crisis del coronavirus, así como se requiere que el individualismo neoliberal recule en favor de la solidaridad.
El neoliberalismo podrá sobrevivir, pero es poco probable que lo haga en su forma actual. Sería ridículo en este momento, cuando el mercado no tiene nada que ofrecer y las redes de solidaridad social y el Estado adquieren centralidad absoluta. Sacar la economía del fondo del pozo y ocuparse de los daños y los traumas causados por la crisis sanitaria recaerá en estos dos elementos, aunque el mercado seguramente desempeñará algún papel. Entre nosotros, los brasileños, la importancia del Sistema Único de Salud (SUS), universal y gratuito, no puede minimizarse después de eso. Es un activo que tendremos en nuestras manos en los próximos años, a pesar de los costos humanos que se presenten.
Las medidas tomadas hoy y el precio posterior de todo lo que se gastará no son ni serán neutrales. Esto es algo que también las ciencias sociales nos enseñan: los conflictos distributivos cruzan las solidaridades nacionales, aunque también su ausencia.
Algunos gobiernos conservadores, como el de Johnson en el Reino Unido, intervienen en la economía y defienden a los trabajadores; otros como el de Macron en Francia celebran la salud pública; mientras, el reaccionario Trump parece estar preparando un Plan Marshall y Merkel llama a la “solidaridad colectiva”. En Brasil, el gobierno de extrema derecha de Jair Bolsonaro negó la crisis mientras pudo. Si no fuera por su ministro de salud, los gobernadores, la prensa, los profesionales de la salud y la población, estaríamos en una situación mucho peor. Las medidas adoptadas por Bolsonaro van claramente en una dirección opuesta a la solidaridad nacional, estimulan el individualismo y perjudican claramente a los más pobres, como lo demuestra el sonado proyecto del ejecutivo sobre la suspensión de los contratos de trabajo.
Aun así, como en todas partes, el ultraliberal y dinosaurio ministro de economía brasileño, Paulo Guedes, tiene que adoptar medidas de keynesianismo de emergencia, movilizando las capacidades del Estado, comenzando con su aspecto material, para enfrentar la crisis sanitaria y la recesión. La disputa se dará más tarde: ¿quién pagará esta factura? ¿Las empresas, con sus eternas exenciones fiscales? ¿Los trabajadores, desempleados y endeudados? ¿Quiénes se verán afectados por un posible aumento de los impuestos: las clases medias, a través del impuesto sobre la renta, y los pobres, a través del consumo, o los ricos con un impuesto sobre la riqueza, que resolvería en gran medida el nuevo déficit que pesará sobre las cuentas públicas? Tendremos todavía bastante lucha por delante, aunque también está claro que el gobierno brasileño se ha debilitado con su ineptitud e irracionalismo. De hecho, la extrema derecha mundial puede incluso ser golpeada, porque sólo la ciencia y la transparencia democrática, otra vez, pueden minimizar los riesgos, las amenazas y las catástrofes.
Keynesianismo de emergencia, capacidades del Estado, precios a pagar y esfuerzos de reconstrucción ante el riesgo y la amenaza. ¿Dormimos en un mundo y despertamos en otro? No exactamente, pero los cambios son claros y la disputa política ya está en otras condiciones y niveles. En qué dirección desarrollar y aplicar estas enormes capacidades estatales, así como vincularlas a la solidaridad social, ocupan un lugar central en la agenda política.
[1] IESP-UERJ. Co-coordinador del Grupo de Trabajo CLACSO Teoría social y realidad latinoamericana. Traducción de la versión publicada en portugués en Jornal do Brasil, 24/03/2020.
Jose-Mauricio-Dominguesd
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