Cuidados y justicia de género en un nuevo ciclo capitalista
Magdalena León T. 1
Quito, marzo 2023

¿Pasaron los tiempos en que se consideraba a las mujeres ‘ausentes’ de la economía o con una presencia insuficiente? Al parecer, y contra toda evidencia, todavía no del todo, como se desprende de las agendas de reactivación económica de instancias del poder global, que señalan como clave para el crecimiento más mujeres en el trabajo asalariado, pero en un esquema neoliberal que ratifica tendencias de precarización del empleo y de las condiciones de vida.
Gracias a los empeños feministas, entidades internacionales han integrado y amplían paulatinamente informaciones, aún parciales, que muestran que las mujeres realizan aportes económicos sustantivos en medio de injusticias en cuanto a condiciones, reconocimiento y retribución. Se han sobrepasado barreras de invisibilidad, y aunque falta mucho por conocer y reconocer, a estas alturas ya no aplican viejos esquemas de actividad / inactividad económica.
Los datos confirman que la carga global de trabajo de las mujeres es mayor, especialmente debido a que asumen unos dos tercios del trabajo de cuidados no remunerado, cuyo valor se estima equivalente a entre el 20% y el 30% del PIB, con la subestimación todavía no superada. Bajo el denominador común de estas gruesas tendencias, se ha hecho evidente que en zonas empobrecidas del mundo las mujeres con más participación en el mercado laboral son precisamente las madres de niños pequeños2, lo que configura un crítico problema de pobreza de tiempo y déficit de cuidados.
Por si faltaran evidencias, la crisis pandémica se encargó de reconfirmar que se trata de una presencia económica múltiple, intensa, crucial para la producción y reproducción de la vida. Mostró también hasta qué punto las injusticias se acentúan con la profundización del neoliberalismo: el trabajo de las mujeres aumenta para amortiguar sus crisis recurrentes, a la par que empeoran sus condiciones. Es esta una
de las contradicciones de lo que se muestra ya como un nuevo ciclo capitalista, en que lejos del repliegue del orden de mercado depredador que se esperaba, el poder corporativo se reafirma, avanza aún más hacia el control de todos los recursos y ámbitos de la vida en el planeta, y reincide en plantear que más trabajo para las mujeres y la ampliación de mercados son la solución para el empobrecimiento y la crisis.
Como bien sabemos desde el Sur, en tal perspectiva crear mercados quiere decir perder soberanía, ampliar los espacios de control corporativo sobre áreas, territorios, poblaciones. Es suprimir, anular otras formas económicas no regidas y no controladas directamente por el capital, precisamente aquellas en que las mujeres tienen más presencia relativa, las que son más cercanas a lógicas y prácticas de sostenibilidad de la vida.
La ampliación de inversiones y mercados, en esa clave neoliberal, conlleva la garantía de rentabilidad impuesta a los estados, con los mecanismos cada vez más ambiciosos y autoritarios del ‘libre mercado’, con políticas de ajuste que han destruido los estados de bienestar y asedian los intentos de políticas estables de redistribución y cuidados, que precarizan el trabajo y la vida. La pobreza de siempre encuentra nuevas expresiones en la pobreza de tiempo, la pobreza energética y otras.
Sabemos que es imposible lograr igualdad y justicia de género en un sistema injusto, opresor, depredador, contrario al cuidado de la vida. En su largo recorrido, el pensamiento y la acción feministas han impulsado la denuncia de la división sexual del trabajo y sus consecuencias, la lucha por la visibilidad del trabajo doméstico ‘no remunerado’ y sus patrones de desigualdad, por su valoración social, luego por su valoración económica, más adelante por la identificación de los cuidados como procesos complejos atados a las necesidades e interdependencias humanas, por la adopción de políticas del cuidado y más allá, por una visión de los cuidados como eje de una transformación integral del sistema, habida cuenta de los problemas que se precipitan en una etapa que ha sido caracterizada como de conflicto terminal capital – vida.
En sentido contrario, los postulados de cierre de brechas de género del Foro Económico Mundial3, que ha devenido en líder en la materia incluso frente a algunas instancias de Naciones Unidas, dan por sentado que el orden ‘natural’ es el capitalismo neoliberal. Es en ese marco que operan los referentes o parámetros masculinos a los cuales las mujeres deben igualarse, especialmente los salarios. Desde una noción limitada e invariable de lo que se considera actividad / inactividad económica, las mujeres deben volverse ‘activas’ económicamente integrándose al mercado laboral. Esa es su solución para dejar atrás la injusticia de los cuidados a su cargo, cuidados que se registran ante todo como obstáculo para la fluidez del mercado laboral. En su enfoque, acogido por instancias públicas, las empresas y corporaciones adquiren un rol de liderazgo para tal cierre de brechas.
La visibilidad que alcanzaron los cuidados y las mujeres en la crisis pandémica se refleja, de uno u otro modo, en las agendas de reactivación económica. La perspectiva representada por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, que se mantinenen en su previa línea de inclusión de mercado para las mujeres, plantea el vínculo entre empleo femenino y crecimiento, y en función de esa ‘salida’ de mujeres
al mercado señalan la funcionalidad de los cuidados. Así por ejemplo: “brindar acceso a servicios de guardería asequibles y de calidad libera a más mujeres para poder trabajar y, además, genera empleo de forma directa4.
En cambio la visión representada por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) reconoce la necesidad de un cambio de paradigma dada la crisis sistémica y propone la urgencia de transitar hacia una sociedad de los cuidados, basándose en las propuestas feministas y del Buen Vivir. Más allá de los argumentos generales, sus líneas concretas son un tanto híbridas, no se desmarcan de una agenda de mercado pues señalan el empleo femenino y los cuidados como funcionales al crecimiento, pero
ubican también claramente desafíos de transición considerando la igualdad, la justicia y la sostenibilidad de la vida5.
El movimiento feminista, de su lado, ratifica tanto su crítica a la mercantilización de la vida y al poder corporativo que no retrocedieron con la pandemia, como su tesis de transformación hacia una economía para la vida, en la que una ética y una lógica de cuidados son centrales, lo mismo que las justicias de género, ecológica, racial y territorial. La reactivación económica no puede ser ajena a una cambio radical de matriz productiva y de organización de los cuidados.
En el terreno de las experiencias situadas de las mujeres en este tiempo, los movimientos que se activaron en torno a respuestas materiales a la crisis pandémica vivieron esos procesos en términos de resistencia y de transformación. Tales experiencias solo fueron posibles gracias a la existencia de un acervo social de saberes, relaciones, memoria de las mujeres, que emergen, se recrean, se reinventan ante las nuevas condiciones.
El cuidado como resistencia6 tiene como eje una dimensión colectiva en la interpretación de las demandas y la gestión de las soluciones, que junta los asuntos prácticos con los políticos y con los afectos. Esto reforzó y dio nuevas pistas para una agenda de transformación económica que se ha venido complejizando con la búsqueda de alternativas sistémicas basadas en las visiones de sostenibilidad de la vida, el Buen Vivir, el ecosocialismo y otras.
La articulación de justicia de género y economía del cuidado va más allá de una equiparación entre hombres y mujeres en el marco de los esquemas vigentes. Se trata de una suerte de desplazamiento desde una mirada del trabajo doméstico en el espejo del trabajo mercantil, de sus formas de organización y retribución, a una mirada de los procesos de cuidados desde sus propias lógicas subyacentes, de los trabajos, relaciones y recursos involucrados, de sus contradicciones con la lógica capitalista. Para esto resulta fundamental centrarse en las condiciones de vida, en cuáles son las necesidades básicas y cómo se satisfacen.
Esto lleva a pasar de una caracterización en negativo a una alusión más neutra: detrás de la denominación ‘no remunerado’ hay demasiadas cosas que no se reflejan en dicha etiqueta, que tienen que ver no solo con unas horas de actividad no pagada sino con relaciones, flujos, espacios, principios, un tejido de procesos materiales e inmateriales, y una mezcla de reproducción y producción presente en muchos casos también en las actividades domésticas.
El reconocimiento de que los cuidados son esenciales para la economía y para la vida como un todo, que al menos de modo retórico se extendió con la pandemia, ha despejado la posibilidad de reconocer de manera más integral las dinámicas de desigualdad e injusticia económica que afrontan las mujeres, al tiempo que las potencialidades de transformación contenidas en sus prácticas y saberes vinculados a ‘otras economías’ de las que son protagonistas en desventaja.
Desde este camino recorrido para la construcción feminista de alternativas y justicia económica, surgen algunos desafíos en esta fase marcada por una paradoja de reconocimiento de los cuidados y profundización del neoliberalismo. Es preciso diferenciar una agenda de inclusión de mercado de una agenda de transformación feminista. Urge evitar que elementos de una agenda largamente impulsada desde el feminismo con miras al reconocimiento y ampliación de derechos económicos de las
mujeres, queden capturados o encapsulados en un proyecto de profundización del capitalismo basado en la ampliación sin límites de los mercados y del protagonismo y poder de las empresas y corporaciones. Hay algunas nociones en juego, nos referimos aquí a tres:
- En las agendas de inclusión de mercado, los hogares, y por extensión las formas no mercantiles de economía, se ven sistemáticamente como la fuente de discriminación y opresión de las mujeres, en tanto el mercado es promovido como fuente de liberación, especialmente por medio del trabajo asalariado. Sin duda el tema de los ingresos propios es fundamental para las mujeres, pero es un objetivo a impulsarse en el marco de diversidad de formas económicas, visualizando las formas de opresión y desigualdad que atraviesan todas las relaciones y espacios económicos en general, con variadas expresiones e intensidades, y que son precisamente muy marcadas en el mercado capitalista .
- Una noción muy extendida, y en ocasiones de uso indiferenciado, es la de empoderamiento económico, aludida así mismo en términos de mercado. Es necesario contraponer un enfoque de empoderamiento transformador, que empieza con el reconocimiento y revalorización de las actividades, relaciones, espacios en los cuales las mujeres crean bienes y servicios, condiciones materiales y relacionales de vida, que no quedan circunscritos al ámbito doméstico o de los hogares, sino que, en general tienen que ver con procesos combinados y más amplios de producción para la subsistencia y para el intercambio, para la satisfacción de necesidades básicas de la población, para la generación de ingresos. La visión convencional de empoderamiento económico no muestra al mercado capitalista como generador de desigualdades sino, por el contrario, como la solución para desigualdades que se producirían o tendrían su origen en la esfera social y familiar. Por eso ve como indispensable que las mujeres ‘salgan’ de espacios y relaciones no mercantiles o de subsistencia para ubicarse en un ámbito laboral de perfiles empresariales, conseguir empleo e ingresos o, bien, generar ‘emprendimientos’ cometitivos. Resulta sesgada, cuando menos, una agenda de empoderamiento referida a un modelo único y rígido de economía y trabajo. Es preciso salir de ese formato único, atado a empresa capitalista y trabajo en relación de dependencia, para reflejar la diversidad de formas de organizar la propiedad, la producción y el trabajo que caracterizan la realidad económica de la región y de las mujeres, con sus potencialidades en cuanto a toma de decisiones.
- También conviene asumir una noción ampliada de ‘trabajo digno’, superando la impulsada por la OIT que tiene que ver con la aplicación de derechos laborales y protección social. Esta visión resulta limitada si no se asocia trabajo con matriz productiva. Al hacerlo, sale a relucir, por ejemplo, la imposibilildad de trabajo verdaderamente digno en actividades ecocidas o biocidas, o de trabajo en esquemas en que se carece de acceso a las decisiones fundamentales de qué y cómo producir / reproducir. Una noción ampliada de trabajo digno, por tanto, supone el paso de una mirada del estatus legal y laboral hacia una que incorpore sus nexos con la vida y su reproducción.
La justicia de género está directamente vinculada con una transformación en clave de economías para la vida, que reconozca y proyecte la experiencia de las mujeres como eje de un cambio sistémico que ya no puede esperar.
*Tomado del Boletín de L’Association québécoise des organismes de coopération
internationale (AQOCI), marzo 2023, https://aqoci.qc.ca/
1 Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Ecuador. Integrante del Grupo de Trabajo CLACSO Feminismos, resistencias y emancipación.
2 Organización Internacional del Trabajo (OIT), El trabajo de cuidados y los trabajadores del cuidado, 2019. https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/—
publ/documents/publication/wcms_633168.pdf
3 Desde 2006 el FEM aborda el tema de manera sistemática por medio de su Informe Global de Brecha
de Género.
4 https://www.imf.org/es/Blogs/Articles/2022/09/08/how-to-close-gender-gaps-and-grow-the-global-economy
5 CEPAL, La sociedad del cuidado. Horizonte para una recuperación sostenible con igualdad de género,
Santiago de Chile, 2022.
6 Ver: Respuestas feministas a esta crisis de reproducción, Boletín Miradas y horizontes feministas,
No. 2, febrero 2021, CLACSO, GT Feminismos, resistencias y emancipación. https://www.clacso.org/boletin-2-miradas-y-horizontes-feministas/